Sueño de una noche de verano - Tolerante


El tiempo pasaba y la casa, repleta de gente y bullicio, empezaba a caerle encima. Tratar de movilizar a ciertas personas era casi imposible, pero no por ello iba a dejar de intentarlo. Cogió el teléfono móvil, abrió la aplicación y envió el reclamo para tomar algo frente a la ermita del pueblo. Los esnobs le llamaban la slow life, pero ella prefería verlo como un retiro de verano en la montaña.

La notificación inundó su pantalla y en ella leyó el mensaje afirmativo de quien siempre respondía a sus llamadas, aunque fuese para no dejar un silencio incómodo flotando en el aire. Era cada vez más difícil reunirlas a todas en aquel espacio, en aquel paraíso estival que, aparentemente, parecía no tener nada que ofrecer, pero ese año la casualidad había querido que coincidiesen. Ellas sabían que allí había miles de recursos, de planes y entretenimientos, pero preferían que la gente ignorase el encanto del valle, reservando sus secretos para sí mismas.

Media hora y estaría sentada frente a una, quizá dos, de sus amigas para hablar de nimiedades y tonterías que le ayudasen a matar el aburrimiento. Aunque, desde que se habían hecho mayores (o al menos habían madurado), los temas de conversación habían virado hacia cuestiones más serias y preocupaciones de futuro. Gajes del inexorable paso del tiempo, murmuró para sí, pero un pensamiento algo oscuro cruzó su mente cuando trató de vislumbrar su porvenir. Lo desechó tan pronto como pudo y se puso en pie. No quería hacer esperar a nadie, sobre todo cuando era ella quien había tomado la iniciativa.

No tardó ni veinte minutos en cubrir el camino a pie para acudir a la cita, llegando con algo de antelación con respecto a su amiga. La vio aparecer a lo lejos y reconoció su figura y su caminar. Eran tan diferentes y, a la vez, compartían tanto. O, quizá, no tantas cosas como cabría imaginar, pero sí las importantes. Habían pasado ya algunos años desde que se conocieron y entablaron su primera conversación que, por supuesto, inició ella. Preguntas de interés genuino que no dudó en responder su interlocutora, agradeciendo de corazón el gesto de prestar atención a aspectos de su vida que fueran más allá de las preguntas más típicas y banales. Lejos de mantener conversaciones cordiales sobre el estado de la meteorología, ella era capaz de ahondar en todo aquel que despertase su curiosidad.

Le incomodaba profundamente el hermetismo, dado que no lograba entenderlo en el proceso de establecer confianza con una persona. Ella se abría en canal al prójimo, mostrando sus vulnerabilidades y desvelando verdades que a otros les podrían resultar incómodas. Ilusionándose con cada posible vínculo y desconocedora del significado de la palabra discriminación. Quizá era ese el problema. No lograría entender jamás las reservas a la hora de desvelar ciertas ideas o creencias si tampoco contemplaba el rechazo como consecuencia de las discrepancias que estas pudieran generar.

Y es que ella era capaz de convivir con otros pensamientos, de ver más allá de las diferencias y de valorar lo que de verdad importa: la calidad humana de cada individuo. En eso basaba sus elecciones, en eso fundamentaba sus amistades y en ese término medía a quienes la rodeaban. Lo mejor de todo este proceso radicaba en que ella no era realmente consciente de los criterios que seguía para elegir a quién se quedaba en el camino de su vida, acompañándola paso a paso, sino que era algo más bien reflejo. Su única exigencia era recibir el mismo respeto, pues era fiel a sus creencias y abandonarlas no era una opción que contemplara. Y la firmeza en los principios y moralidad de sus amistades era otra de las cosas que ponía en la balanza de valores.

Así estaba, ensimismada en sus pensamientos cuando la alcanzó y le dio un abrazo, efusiva como era en algunos momentos. No le molestó. No entendió por qué, pero el gesto reconfortó una parte de su alma que ni sabía que estaba removida.

- ¿Qué mesa te gusta más?

- La que tú elijas, están todas bien.

Y en un rincón de aquella terraza, vasos con hielo y el fresco incipiente de una tarde de agosto en lo alto de aquel valle, dejaron que la conversación fluyera con facilidad, como solía hacerlo siempre que se juntaban entre sí.


M.S.B.

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