La jungla - Empática
En una sociedad individualista, ella era la excepción. Había irrumpido en su vida una nueva compañera que parecía tener inagotables ganas de compartir, de conocer y de acercarse a ella. Ella. Un ser complejo y de intensas emociones. Ella que protegía su castillo frente a posibles intrusos que fueran a restar más que a sumar. Ella, con mil obligaciones impuestas, una lucha incansable a diario por subsistir y un amor por una profesión vocacional, pero sumamente infravalorada. Ella, que ponía todo su empeño en ayudar a quien lo necesitase y que tan poco reconocido veía ese esfuerzo genuino. Ella, que era luz.
Lejos de generarle desconfianza, esta nueva desconocida, que poco había experimentado la vida en una ciudad incansable, pero que mucho había aprendido ya de ello, le generaba el deseo de conocer más, de compartir. Su intuición vibraba en positivo cuando se sentaban a charlar y algo en su subconsciente le decía que compartían más de lo que a simple vista se podía apreciar. Quería construir, especialmente, si ambas iban a vivir bajo el mismo techo.
Ella era empática, pero no al nivel que muchos conocen, no. Ella era empática hasta lograr transmutarse en la piel del prójimo, de sentir su dolor, su alegría, su furia. Ella era capaz de entregarse, de regalar, de ser incondicional gracias a ese profundo sentimiento suyo. Sufría y disfrutaba a partes iguales y la resaca emocional cegaba su rutina en ocasiones, dejando de lado quehaceres diarios que pasaban a un plano secundario y prescindible. Su vitamina eran las personas y ella era también la alegría de quienes compartían en su presencia más que un mero café. Aunque eso era imposible, quedar sin ganas de repetir una conversación y dejarlo en una cháchara vacía con ella no era una opción contemplable.
Era el faro en momentos de tormenta, esa luz que te lleva a tierra firme cuando la zozobra emocional vela noches y días. En una sociedad en la que hasta los actos aparentemente altruistas esconden intereses, era capaz de poner la nota discordante que alumbrase la esperanza de aquellos que ya no creían en la bondad genuina. Y es que el don de la empatía, del que poca gente goza, hacía suyos los problemas ajenos y otorga la capacidad de luchar por los demás como lo harías por ti mismo. Es la máxima expresión de la entrega, de la generosidad y del desinterés.
A veces se olvidaba de priorizarse y ahí estaba su lucha diaria. Su energía se agotaba al pelear de forma continua para resolver las batallas que otros libraban diariamente. Y allí estaba ella, agotada tras un día muy exigente, sentándose en un sofá a oscuras a escuchar a aquella desconocida en la que percibía un atisbo de familiaridad que no lograba entender.
- Pues hace unos años fui por mi cumpleaños a un concierto de esta chica. ¡Qué coincidencia que te guste!
- ¿Has dicho tu cumpleaños?
- ¡Sí! Tuve mucha suerte - dijo sonriendo.
- ¿Cuándo cumples?
- El nueve de marzo.
- ¡Yo también!
Ambas se quedaron mirando, con cara de sorpresa y de emoción al mismo tiempo.
- Conozco a muy poca gente que naciera en nuestro mismo año que cumpla años este día, ¡qué coincidencia!
- ¡No me creo que nos hayamos encontrado en la misma ciudad y en estas circunstancias! - exclamó.
Ella, intuitiva y con el don de creer en aquello que no tenía explicación, trataba de encontrarle el sentido a un detalle que, para ella, tenía importancia.
- Creo que esto es el comienzo de algo grande - dijo sonriéndole con sinceridad.
- Yo también lo creo.
Y siguieron hablando las dos, construyendo algo que, aún sin saberlo, perduraría mucho más allá de la distancia, las diferencias y las situaciones difíciles.
I.P.V.N.
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