Sueño de una noche de verano - Inteligente
Caía la noche y con ella el frío de mediados de agosto. Sí, por increíble que parezca, de mediados de agosto. Pero es que a casi de 1.500 metros sobre el nivel del mar, entre pinos y laderas, la vida no tiene nada que ver con lo que uno acostumbra. Estaba sola en el salón, viendo la tele y acabando de cenar. Sus sobrinos habían abandonado la casa esa tarde y, por fin, había recuperado la tranquilidad que tanto valoraba.
Era una mujer pausada, siempre lo había sido. En su mundo la prisa y el estrés no tenían cabida ni la habían tenido nunca. Y mucho menos iban a tenerla en el lugar al que iba para descansar de la ciudad en verano. Su capacidad para pararle los pies a la vida y continuar su camino a un ritmo más tranquilo, era asombrosa. Era como la hormiga de la famosa fábula, constante y disciplinada, pero no permitía que la sociedad le impusiera los ritmos. A veces, esta determinación le había provocado problemas consigo misma, frustración o comparativas que, gracias a su capacidad de introspección, había logrado superar.
El reloj marcaba las once de la noche cuando tocaron a su puerta. En el umbral, le esperaban los de siempre. "Los de siempre". En realidad no había sido así todos los años que ella había viajado hasta aquel lugar, habitual ya en los agostos familiares, pero habían logrado estrechar lazos hasta el punto de que así pareciera.
- Si llegáis a tardar mucho más, me duermo. ¿Queréis palomitas?
La respuesta afirmativa la condujo a la cocina para poner en marcha el microondas mientras ellos se acomodaban en el salón, sacando la baraja y preparando los juegos de mesa a los que tanto les gustaba dedicar tiempo las noches entre semana. Con poco ocio a su disposición, buscaban alternativas con las que llenar los ratos muertos antes de regresar a sus frenéticas rutinas y a madrugar de continuo. Y ella, siempre generosa, ofrecía su casa para acogerlos a todos.
La noche transcurrió ligera hasta que, una de sus amigas propuso abandonar el juego para lanzarse al frío de la noche y ver la lluvia de estrellas que tenía lugar cada mes de agosto. Tras algo de debate y presión de grupo, a regañadientes, esta vez aceptó y acabaron tumbados en mitad de una carretera nada transitada, sobre mantas que llevaban en los coches, sumidos en la más profunda oscuridad para ver un cielo que solo habían conseguido disfrutar allí.
- ¿Ver esto no os hace convenceros de que ha sido creado por un ser superior? - preguntó de pronto uno de ellos.
- Sí - aseguró ella.
Su respuesta no fue rebatida y continuaron en silencio, rompiéndolo solo cuando lograban ver una estrella fugaz, avisando al resto. Su espiritualidad no era novedad, pero tampoco distaba de la de los allí presentes. Tampoco discutían sus palabras, pues siempre acertaba en sus elucubraciones y sus reflexiones iban cargadas de una sabiduría impropia para su edad.
Y es que había vivido mil vidas en una sola. Se había enfrentado a circunstancias que nadie más había encarado, se había impuesto a lo establecido y había reconducido su vida por un camino totalmente diferente en varias ocasiones. Se había rebelado, había renegado y analizado el por qué de su renuncia. Era una mujer inteligente y su pausada forma de tomar las cosas era lo que había nutrido, y seguía haciéndolo, su acervo personal y vital. Quizá nadie lo reconociera abiertamente, pero todos sabían que lo que ella decía, era sentencia. Todo ello, además, cobraba más fuerza por la determinación y la claridad con la que exponía las cosas y fijaba las metas.
- Vámonos, que hace frío - dijo tras estar en silencio desde que habían llegado allí.
Y nadie rechistó.
A.D.C.
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