El Akelarre - Discreta


El teléfono no dejaba de vibrar. Sabía que eran ellas que, como ya iba siendo costumbre, habían iniciado un nuevo debate a través del grupo de WhatsApp. Lo dejó un rato más en su bolso mientras paseaba entre calles empedradas, cuesta arriba y cuesta abajo, dejándose sorprender por cada esquina de un pueblo que no había imaginado así. Ventanas desiguales, millones de jardineras reposando en los alféizares ostentando flores de colores que casi dañaban la vista con su viveza, olor a jazmín mezclado con el de las cocinas que anunciaban la hora de cenar y un crepúsculo veraniego acuciante que coronaba la escena.

No solía participar activamente en aquellos debates, pero siempre tenía en cuenta lo que en ellos se decía, recordando los gustos de todas, sus preferencias o qué las incomodaba. Así, no solo construía y destruía una y otra vez el concepto que tenía de cada una de sus integrantes, sino que se guardaba en el tintero ideas para regalo, detalles que pudieran hacerlas felices o temas sensibles que pudiesen herirlas. Discreta y dulce, no guardaba su opinión, pero era mucho más partidaria de compartirla en persona y con un té, o un vino blanco si así lo pedía la ocasión, y seguir la dinámica de la conversación con todos los matices que una pantalla de móvil no era capaz de reproducir.

- ¿Te apetece aquí? - su compañero de aventuras señaló una pequeña terraza con vistas al mar que prometía buena comida acompañada de una panorámica aún mejor.
- ¡Claro! - corrió hacia él con una carrera breve y se sentaron en la mesa que les indicó un amable camarero.

El agua reflejaba los malvas con los que la caída del sol teñía el cielo mientras algunas estrellas, tímidas, empezaban a asomar aún habiendo bastante claridad. Se quedó mirando ensimismada unos minutos, olvidando los cientos de mensajes que debía tener ya acumulados y que, por supuesto, quería leer. La voz del camarero la sacó de su ensueño para preguntar por la bebida, cuestión a la que respondió pidiendo un vino blanco bien frío para compartir.

Sacó el móvil y echó un vistazo a la conversación que llevaba toda la tarde alborotando su bolso. Al parecer, el afán por compartir sus vacaciones, en distintos puntos de la península o fuera de ella, o de quejarse por continuar haciendo horas de oficina a aquellas alturas de verano, era lo que las tenía tan activas. Sonrió para sí viendo las fotos y los comentarios que iban lanzando y se compadeció con cariño de las que seguían madrugando para continuar con una rutina que se hacía interminable. Fiel a su discreción, no compartió la vista que tenía delante y se limitó a desear ánimo a quienes lo necesitaban y un buen disfrute a las que, como ella, estaban de vacaciones. No quería entrar en competiciones, ni en despertar más frustración, así que con la dulzura que la caracterizaba, hizo su entrada y salida magistral de la conversación.

Era consciente de que compartía con ellas menos tiempo del que quisiera, absorbida por la rutina laboral, el estudio, la vida en pareja y alejada de la ciudad como estaba. Le gustaba, también, dedicarse momentos de calma y dedicarlos a diario a quienes la rodeaban, lo que le ocupaba gran parte del tiempo libre que le quedaba, que no era demasiado. También sabía que eso jamás se le tenía en cuenta y que se entendía su situación, apreciándose su presencia en los días y fechas más importantes, a las que no solía faltar. Esa era la magia que tenían, la capacidad de entenderlo todo, si no era desde el primer momento, sí con el tiempo.

Y en ella valoraban, no solo el esfuerzo de desplazarse casi una hora en transporte público o media en coche para verlas, sino también su entrega, lo fácil que lo ponía todo, su capacidad de trabajo en equipo, su dulzura y discreción y lo capaz que era de defender causas difíciles sin achantarse ni cejar en el empeño, siempre leal a sus principios y a sus objetivos y dejando la agresividad a un lado. Era consciente de su valía, pero no la ostentaba con arrogancia como harían otros, lo que la volvía aún más especial y le reservaba un espacio de admiración y profundo cariño en el corazón de sus amigos, familiares, compañeros de trabajo, conocidos... De todo aquel que se hubiera cruzado en su camino.

Era una de esas personas difíciles de odiar, una cualidad inconsciente que se podría considerar como su don personal. Un mensaje entró en conversación privada deseándole unas muy buenas vacaciones. Una de ellas se había atrevido a dejar la conversación, conocedora de su paradero, para enviarle buenos deseos. Sonrió para sí.

- ¿Qué pasa? - le preguntó extrañado. No solía mirar el móvil cuando andaban de aventuras, pero había hecho una excepción esa noche.
- Nada - mantuvo la sonrisa y guardó el dispositivo -. ¿Te apetecen las croquetas?

Y entre risas y sorbos de vino, se dispuso a disfrutar de una noche dulce, lejos de las preocupaciones diarias, acompañada de la brisa del mar y embriagada de galán de noche y jazmín en el lugar que consideraba ya el mejor descubrimiento del año.
 


M.P.M.

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