El Akelarre - Sincera

 



Hacía un tiempo que no cogía el coche y se perdía, acompañada, por algún pueblo cercano. Las escapadas de un día no eran su fuerte, especialmente si implicaban gran actividad física. En los últimos meses hacía excepciones, sobre todo si eran para ver nevar en directo. Y más si era con ellas.

Las vio bajando de los respectivos coches, algunas de ellas acompañadas y otras no, y se reprochó a sí misma no encontrar más tiempo a la semana para dedicarles. Las cien mil ocupaciones que se había buscado en su desesperada e incansable lucha por encontrar su vocación le dejaban poco espacio en el día em incluso, durante el fin de semana. Pero hoy nada de eso iba a enturbiarle la jornada, que lucía tan blanca como la nieve que tanto ansiaba ver.

Parecían niñas. Con ellas, todo parecía suceder por primera vez. La ilusión ingenua de unas, el humor más ácido de otras, la falta de sentido del ridículo, su naturalidad, su sarcasmo y las inseguridades que, a sus ojos, las hacían perfectas en su imperfección. Su palabra era, sin duda, hogar. Un hogar donde su característica y directa sinceridad no cortaba como sí sucedía en otros sitios. Un lugar donde la entendían y habían sabido ver mucho más allá de lo que otras personas no habían sido capaces.

Sabía que a veces podía resultar hostil a ojos de ciertas personas. También sabía que no era capaz de tolerar una mentira. El engaño no era su terreno favorito. También se conocía y era consciente del torrente de emociones que la podían invadir en unos escasos segundos. Pero poco importaba eso con ellas, porque valoraban contar con alguien a su lado que fuera capaz de decir lo que otros callaban. Además, sabían que si alguien era capaz de tender una mano en los momentos complicados, de corazón y con buenas intenciones, esa era ella.

Quien crea que no discutían jamás, bien se equivocaba. Como en toda buena convivencia, había conflictos y malentendidos. Y ahí estaba la perfección que a ella le hacía sentir tan plena en su compañía. Porque si algo era característico de su persona era su profundo desprecio hacia la positividad tóxica que se respiraba en algunas cuentas de Instagram, esa red social que últimamente regía más las vidas de la sociedad de lo que les hubiera gustado a todas.

Respiró hondo y el aire helado le hizo daño en los pulmones. Empezó a maldecir el frío de forma instintiva y un coro de carcajadas acompañó sus improperios, forzándola a unirse a ellas.

La mañana transcurrió fugaz y agradeció haber madrugado, pese a lo que lo odiaba, para poder disfrutar del frío de enero de aquella forma tan poco habitual. Empapadas y congeladas, escucharon la voz de la experta en la zona, que lo era desde la noche anterior, y fueron a refugiarse a un pequeño hotelito de los alrededores. Tenía sala de estar, chimenea, unos cuantos chester formando un círculo, mantas, buena comida, un porche de ensueño y, lo que la sedujo del todo, el mejor vermú de la contornada.

La leña de la chimenea hizo su magia y las ayudó a entrar en calor. Miró a todas y cada una de ellas y se sintió con fuerza para enfrentarse de nuevo a sus retos diarios cuando volviesen de aquel pequeño oasis.

Trasladaron, más tarde, la sobremesa al porche, acompañadas de infusiones para calentarse las manos. La estampa era preciosa y no pudo evitar derramar una lágrima de la emoción. Acto seguido, se giró hacia ellas y, en uno de sus arrebatos de honestidad, se hizo oír.

- Amigas, os quiero.

Y se fundieron en uno de esos abrazos que solo les toleraba a ellas y que, sin saberlo, necesitaba como el aire desde hacía un tiempo.


L.C.G.

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