1. Serendipia


Si le hubieran pedido que describiese su vida con una palabra, habría empleado corriente. No obstante, había satisfacción en lo ordinario de sus días. Podría decirse que apreciaba esas pequeñas cosas que le ofrecía la rutina o, al menos, sabía hacerlo mientras todo lo demás estaba en calma. Llevaba grandes proyectos, ambiciones e ideas dentro, pero no las sacaba a la luz porque no las consideraba factibles ni convenientes.  La monotonía y los duros golpes, más bien decepciones, le habían proporcionado una perspectiva algo diferente a la que solía tener. Su ambición se había reducido al conformismo, pues no había encontrado satisfacción en sus metas previas pese a haberlas conseguido. Todo ello no implicaba que hubiese perdido sus ilusiones. Las mantenía y ellas sustentaban su vida, llevándola por un cauce en el que la sorpresa se había convertido en una de sus mayores motivaciones.

Sus intereses se desarrollaban de forma paralela a lo que le rodeaba, convirtiendo lo que otros veían como oportunidades en meros trenes vacíos que dejaba pasar al desconocer el destino en el que acabarían estrellándose. Quizá, esta apatía encubierta – y digo encubierta, pues trataba de ocultarla para auto convencerse de llevar una vida plena y satisfactoria – se debiera a que había pasado a ignorar las voces de su conciencia y de su yo interno. Se había sumido en la rutina de la espera, de la espera a que algo sucediera y cambiara su ordinaria vida poniéndole delante un propósito por el que luchar en realidad. Ignoraba si creía o no en el amor o las relaciones, ignoraba si existía en su vida laboral alguna pasión a desarrollar, ignoraba muchas cosas o hacía oídos sordos por pura comodidad.

Y hasta aquí llegamos, pues empieza una pequeña anécdota. Ya basta de introspección.

Un día cálido, soleado, que le arrancó una sonrisa radiante. Estaba de buen humor y así lo manifestaba. En días así la energía que mantenía dormida luchaba por salir. Sin esperarlo, se topó de bruces con un atento espectador que observaba desde el otro lado de la calle. No ocurrió nada extraordinario, un choque, una sonrisa de disculpa y continuaron su camino. Llevaba meses, años, tomando ese camino todos los días. Conocía de sobra algunos de los rostros que se cruzaba en su recorrido, pero jamás había visto a aquel extraño. Con el pensamiento despierto, siguió caminando.

A partir de ese día, continuó topándose con el desconocido una y otra vez, siempre de igual manera. El choque habitual, la sonrisa ya gastada y la desviación de rutas. Quizá dos veces puedan ser casualidad, pero cuando la suma asciende, empieza a convertirse en algo en absoluto azaroso. Trató de cambiar de acera, de lateral de la misma, incluso se desvío por calles adyacentes, pero siempre acababa chocando con aquel desconocido. La pequeña irritación se transformó en ira a medida que los encontronazos aumentaban, preguntándose cómo era alguien capaz de semejante torpeza. No obstante, jamás se atrevió a decirle nada al desconocido, pues había algo en su mirada que desconcertaba y paralizaba su estado de ánimo. Era como mirarse a uno mismo en un espejo, pero no mirarse como solemos hacerlo. Mirarse ahondando en uno mismo, nadando en las pupilas y buceando hacia el fondo.  

Transcurrieron meses hasta que, un día, tomó la decisión de seguir al desconocido, abandonando su obligación, desviándose de su ruta habitual, saliendo de la comodidad de su rutina. Éste no pareció percatarse de la presencia de su nuevo perseguidor, imperturbable como se mostraba en su caminar, decidido y sin titubeos. La caminata se le antojó eterna y desembocó en un pequeño claro oculto en la ciudad, con un círculo de árboles que simulaban un pequeño parque. La belleza del lugar era cautivadora, pero no parecía despertar el mismo sentimiento en el resto de habitantes, pues se encontraba vacío y parecía haberlo estado siempre. El desconocido se sentó usando un tronco como respaldo, con la naturalidad de quien lleva haciéndolo toda la vida. Acto seguido, tornó su rostro hacia su perseguidor y sonrió abiertamente, complacido, e hizo un gesto para que lo acompañara. Incapaz de negar su invitación, se sentó frente a él sin bajar la mirada y con un extraño sentimiento de miedo, conocedor de lo poco usual que estaba resultando todo aquello.

-          Escucha – la voz de aquel extraño estaba en armonía con lo que lo rodeaba, formando parte de aquel lugar, cuánto menos, peculiar.

Silencio, en medio de la ciudad lo único que allí reinaba era el silencio, lo que le causó un profundo desconcierto y algo de desconfianza.

-          Así no, cierra los ojos y escucha. Por una vez, hazlo. Atiende a lo que tienes que decirte y deja de ignorarlo de la misma manera que me has ignorado a mí todos estos días. No temas, no debes temerte. Se teme lo que no se comprende y tú eres incapaz de hacerlo. La sorpresa es cómoda, pues viene sin avisar y sin tu intervención. No busques el cambio fuera, búscalo dentro de ti. Tienes mucho que decirte.

Lo miró largo y tendido, asimilando las palabras que acababa de escuchar. La leve sonrisa de su interlocutor parecía no poder borrarse y el peso de sus pupilas obligaba a obedecer. Cerró los ojos, inspiró profundamente y se sumió en un largo diálogo interno que duró horas. Un diálogo que jamás se había atrevido a iniciar, que le descubrió ilusiones, sueños y una fuerza que desconocía. Quizá fuera una simple meditación, unas horas de silencio externo para escuchar el alboroto interno, pero ese tiempo le ayudó a descubrir algo, un descubrimiento inesperado.

Reinaba la oscuridad cuando despertó de su trance, pero en el lugar en el que había estado aquel misterioso desconocido revoloteaba impaciente un pequeño colibrí, blanco como la nieve que, sin aviso, se posó sobre su hombro para luego alzar el vuelo sobre su cabeza.


Y me pregunto si ahondamos lo suficiente en nosotros mismos o nos dejamos llevar por la corriente y lo que creemos correcto, dejando de lado lo que de verdad anhelamos. Si nos imponemos lo que debemos, sin pararnos a pensar en lo que queremos. Quizá nos tachen de locos, de incongruentes, de inmaduros, pero la vida pasa y con ella los momentos enterrados en prejuicios y en temores. Seamos participes de nuestra propia serendipia, de descubrir lo que tenemos guardado de forma inesperada, aunque busquemos algo distinto, de sorprendernos con lo que sucede en nuestro interior y no sólo en lo que nos rodea. 

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