3. Etéreo
El mar me bañaba hasta los
tobillos, golpeándome con cada ola. Había algunos surfistas peinando el poco
oleaje de aquella mañana incierta. El sol no brillaba en exceso, pero
acariciaba con calidez la piel de mis brazos. El bloc de dibujo descansaba
sobre mis piernas flexionadas, a salvo del agua, mientras con el carboncillo
dibujaba cometas imaginarias, portadoras de sueños, sobrevolando la espuma y la
sal. Soplaba una brisa suave que traía consigo los susurros que la noche
anterior habían estado en boca de los amantes. Las nubes se arremolinaban de
forma aleatoria, restándole protagonismo con intermitencias a un sol cansado.
Los niños corrían por la orilla, bañando sus pequeños pantalones con pequeñas
gotas saladas. Algunas conchas dibujaban mapas en la arena, mecidas por el
vaivén de la marea, brillando como perlas bajo el agua cristalina.
Dibujar solía recordarme a las
largas tardes en las que ella recogía su larga melena en un intento de moño,
dejando a los mechones derramarse por su frente y acariciar sus pómulos. Solía
recordarme el rubor de sus mejillas mientras con un pincel, un carboncillo o
con la gracilidad de sus manos desnudas, pintaba, esculpía y trabajaba sin
descanso para cumplir las entregas pendientes en su facultad. Solía recordarme
el talento malgastado en aquellas cuatro paredes, copiando obras bajo mandato.
Obras que contrastaban con las propias, colgadas por las paredes de su cuarto,
sin orden ni premeditación alguna, tan suyas, tan nuestras. Al olor a acrílico
que emanaban las enormes camisetas que llevaba para pintar y a su sonrisa
imperfecta cuando me descubría admirándola. Solía recordármelo, pero ya no.
Aquella mañana era mía y también
lo serían las siguientes. Su ausencia permanente había terminado por llevarse
al fantasma etéreo de su recuerdo. Mi propia presencia llenaría mis horas, ya
no lo harían sus sonrisas, su mirada lánguida, su ceño fruncido cuando algo no
funcionaba como quería, sus discusiones, su visceralidad o el eco de su voz
resonando en mi memoria. Una etapa que me había costado superar, pese a que la
decisión de dividirnos había corrido por mi cuenta.
Sentado en la orilla, húmedo el
pantalón, el mar barrería los residuos que en mí habían dejado las noches sin
dormir, lavaría mis heridas. El viento vaciaría mi memoria de momentos que
quedaron anclados en un pasado encerrado en un cofre hundido en el fondo de las
aguas, sumergido ahora bajo toneladas de motivación e intenciones de
renacimiento.
Conforme la brisa me hablaba,
conforme me revelaba secretos y me susurraba nuevos propósitos, yo dibujaba.
Pronto llené el cielo de cometas, algunas sujetas con un fino hilo, otras,
libres, ingrávidas, etéreas, como ella lo fue y sería siempre: sutil, volátil. Até
mis metas, mis sueños, mis ambiciones y liberé los viejos recuerdos, los
fantasmas del pasado y las memorias envenenadas. Liberé mi espalda de la carga
del recuerdo y la nostalgia para poner sobre mis hombros un horizonte nuevo que
alcanzar, una nueva vida con los pies en la tierra, sin la cabeza en las nubes.
Dedicado a C.G.G
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