Análisis


Dicen que todo cambia y que nada permanece exactamente igual a como estuvo segundos atrás. Sin embargo, hay quienes aseguran que una persona no cambia aunque pasen eones, otros afirman que las experiencias modifican a la gente. La contradicción parece que es una ley que debe cumplirse cuando se opina, siempre habrá una perspectiva opuesta a la tuya, o, simplemente, que difiera, aunque sea en el más mínimo detalle. No sé si apostar por el cambio o no. A lo largo de la vida pasan diferentes etapas, bueno, diferentes... Al principio, quizás, luego resultan ser los mismos perros con distintos collares, patrones repetitivos, algo parecido a un péndulo que va y viene, pero que nunca abandona su trayectoria original. ¿Nos movemos entre extremos? Me pregunto. ¿Es cierto eso de que después de una cima viene una bajada, de que todo lo que sube tiene que bajar? Hay cosas que parecen no querer ascender nunca y otras que se mantienen ingrávidas en lo alto. ¿Son esas, acaso, sus cumbres y abismos, respectivamente? ¿Puede algo que está arriba sentirse como si estuviera abajo y viceversa? Desconozco si existe una función que hable de la felicidad o la desgracia, estableciendo una especie de base a partir de la cual valorar nuestra situación, o si esta sucesión de máximos y mínimos la crea nuestra propia mente. Y digo mente, no sentimientos, pues considero que en ella reside todo, tanto la parte racional, como la emocional. ¿O no? Quizás sea más complejo. ¿Qué digo? Seguro que lo es, pero no quiero extenderme en eso para luego no llegar a una conclusión coherente. Hay momentos en los que parece que el tiempo se para, aunque su transcurrir resulta demasiado rápido. Momentos en los que sientes que no pasa nada y envidias hasta a aquel que parece llevar encima un mal de ojo. Odiamos los cambios, pero cuando no están ahí, pedimos que vuelvan. Puede que, como decía Aristóteles, en el término medio esté la virtud, pero la vida a veces parece no tener término medio. Desde mi punto de vista, o perspectiva como prefería llamarla Nietzsche, el vivir es como nadar en alta mar. Hay corrientes diferentes que dificultarán tu marcha y a las que no sabes si abandonarte u oponerte. Puede haber calma o una tormenta de estas que quitan el sueño, pero sea como sea, no avistas tierra por ningún sitio. El horizonte se presenta llano y vasto y te mueves desorientado hasta que mueres a causa de agotamiento, rendición o exceso de lucha, pero acabas muriendo de todas formas. Un final triste o no, según quien lo valore. Parece un esfuerzo en vano, aunque a veces, mejor dicho, normalmente, no lo es.  Me hace gracia la gente que dice tener claras sus metas, puedes tenerlas e incluso alcanzarlas, pero no se puede ser tan soberbio como para pensar que su consecución ha sido únicamente obra tuya. Hay miles de factores. ¿Por qué la gente emprendedora abunda entre potentados y gente que dispone de facilidades? Quizás ahí resida parte de la clave. Si todos los que se proponen sus metas las alcanzasen, no habría fracasados. Hay quien nace con estrella y quien nace estrellado, y creo que esto es tan cierto como la vida misma.


Y más o menos por estos derroteros viajan mis pensamientos en momentos de absurda reflexión sin justificación alguna o, al menos, aparente.

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