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Creo saber que esta historia es ya, más que conocida, aborrecida, lo que no me impide contárosla de nuevo. Esta sociedad en la que vivimos, corrupta, podrida, con una moral decadente y moribunda, manejable, por mucho que queramos evitarlo, fácil de convencer, engañar y construida sobre una tela de araña cuyos hilos conducen a tramas difíciles de urdir, maquiavélicas.

Empezamos con el ansia por poseer, destacar. Tener a nuestro alcance todo aquello que cualquier necio soñaría, la clave de la felicidad y el éxito. Amasar cantidades inimaginables de dinero y riquezas, nadar en gloria. Cuanto más se acapare, mejor. La relación entre poder adquisitivo y felicidad parece directamente proporcional. No satisfecho con lo que se tiene, se busca más, la infelicidad de no encontrar nunca aquello que nos dé plenitud, sentido. Y la triste realidad es que la avaricia nos lleva a caer en un bucle sin final, volver a la situación inicial con cada nueva meta. No parece haber límite, siempre se puede tener más y eso nos hace más felices. Y es esa filosofía la que causa la infelicidad de no encontrar nunca cumplida la satisfacción. El vacío buscando una plenitud que es más bien utópica, no existe un tope para la avaricia, siempre se desea más de lo que se tiene. Error, craso error.

Y la manía de compararse al otro, siempre deseando lo que él tenga. Olvidamos el significado de admiración y lo convertimos en algo oscuro, sucio, nefasto. El ansia por superarlo conduce a urdir estrategias y posibles formas de convertir su fracaso en nuestro éxito. La magnífica sensación de mirarlo desde arriba, la superioridad al ver que aquél del que tanto se decía está ahora por debajo. Y, de nuevo, un bucle sin salida. Siempre habrá alguien que tenga algo que nosotros deseemos, con lo que compararse, a lo que aspirar. Envidia, nos lleva a sacar desde los rincones más recónditos de nuestra persona, las cosas más despreciables y repulsivas. Nos convertimos en monstruos dejando atrás la humanidad que debería caracterizarnos. Olvidamos que la superación de uno mismo, sin caer en comparaciones ni competiciones, es lo que realmente llenará de satisfacción nuestros logros. De nuevo, error.

El deseo carnal, el placer por el placer, nada más. Vacío, momento de gloria, deseo y pasión desenfrenados sin mirar más allá. Engaños, infidelidades, faltas al respeto propio y ajeno, pérdida de dignidad y comportamiento animal. Ni tan siquiera animal, pues no es una necesidad lo que se satisface, sino un capricho. Epicuro condenaría a aquel que viviera para el deseo sexual, pues es un placer que no siempre debe satisfacerse. La carne joven llama, un momento de arrebato y ya se ha caído en la lujuria. La sociedad se sume en otro de los problemas que siempre han causado preocupaciones. No hablo de privarse del placer, sino de darle un sentido, no actuar como obsesos, no cegarse con el deseo y ver sólo el momento sin pensar en consecuencias. Sentido común, por favor.
Y no sólo se satisface el placer sexual, sino también el del apetito. Vivir para comer y no comer para vivir. Paladear esos sabores de infarto que nos hacen gozar. Obesidad, enfermedades, la salud hecha trizas. Pensar en comida y ver el paraíso. Nuevamente, cegarse con la satisfacción de un capricho que en sus inicios era una necesidad. La necesidad convertida en algo completamente prescindible. Sobrepasar los límites de ésta para darle la vuelta a la situación, convirtiéndola en algo que llega a ser repugnante. Y en este caso, invito a seguir el comportamiento animal que sigue su ciclo para sobrevivir. Un capricho no es un pecado, pero si el capricho se convierte en forma de vida, se vuelve contra nosotros y acabamos pagando unas consecuencias que pueden llegar a acabar con nuestra vida. Eso sí, lentamente. A esto lo llamamos gula y, frente a ella, comedimiento, necesitamos a veces una dosis de ello.

No ver, sentir que la furia te invade y actuar sin pensar. Arrasar con cualquier cosa que se ponga en tu camino, no escuchar la voz de la razón ni la de la conciencia y cegarse por un instinto más que animal, salvaje. Caer en el error de dejarse llevar por la ira. Una situación adversa, un momento de desesperación. Un golpe, otro, otro más, así hasta que la voz que hay dentro de nosotros puede con ella y acaba calmándola, normalmente, demasiado tarde. Problemas, uno detrás de otro, situaciones irremediables, pérdidas. Imposible recuperar, en la mayoría de los casos, lo perdido. Y ganar miedo y repulsión por parte de aquellos que te ven actuar como a una bestia. Nada que digas a tu favor podrá salvarte si tus actos han demostrado falta de piedad y razón. Muchas veces llegarán a tacharte de demente, violento, peligroso. Caer en el juego del diablo y venderle el alma a cambio de desfogar la rabia interna. Ante ella, sensatez, conciencia. Estamos acostumbrados a escuchar “piensa antes de actuar”. Cuando tantas voces hablan de lo mismo, no pueden equivocarse.

Dejar para mañana lo que puedes hacer hoy. Más que predecible lo que viene ahora. La pereza. Caer en una sucesión de aplazamientos de todo lo que tienes previsto. No hacerlo en el momento y arrepentirte en un futuro. Caemos una y otra vez en el error de anteponer el disfrute al deber cuando menos debe hacerse, pagando luego con sacrificios innecesarios de última hora. O sin pagarlos, viviendo como parásitos e incapaces de valernos por nosotros mismos. Nos puede la apatía y el aburrimiento y no ponemos remedio a los quehaceres diarios, las obligaciones y aquello que nos empujará en un futuro a alcanzar esas metas que nos proponemos o que nos impone la sociedad, so pena de morir de hambre o de enfermedad. Actuar y no recrearse en todo lo que se ha de hacer, tener valor para mantenerse a uno mismo sin parasitar a otros.

El amor propio mal entendido, la soberbia. Nos conduce al egoísmo y la carencia de empatía. Un amor propio contaminado con el que se pierde el respeto a los demás y a uno mismo. Menosprecio a lo ajeno que enmascara, normalmente un enorme complejo de inferioridad. Una actitud de defensa propia que genera únicamente desprecio y levanta rencores en los otros. No existe sentimiento sano en la soberbia, no despierta bondad. La modestia queda fagocitada por la necesidad de destacar y demostrar algo que debería ser demostrado exclusivamente a uno mismo. La necesidad de sentirse superior, no pensar en el otro. Olvidar por completo el significado de humanidad y caer en el que, para mí, es uno de los peores pecados capitales que se han descrito. Modestia y quererse a uno mismo aceptando lo bueno y lo malo.

Un tópico que ya estamos cansados de escuchar, los siete pecados capitales que tan presentes están y han estado en nuestra sociedad. El ser humano es en sí un ser despreciable, pues ni el comportamiento del animal más salvaje iguala a la crueldad y frialdad humanas. Pero, en defensa de nuestra especie, existen una serie de valores que no encontramos en ninguna otra y que, si son y fueran practicados, harían de nosotros el más bello de los seres presentes en este nuestro planeta. Amar más esos valores y aferrarse menos a estos pecados es la clave de un éxito que, aunque considere inalcanzable, sigue despertando en mí un pequeño atisbo de esperanza.

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