Vive
Ojalá pudiese plasmar en unas líneas la belleza de un paisaje. Ojalá
pudiese grabar las melodías que cantan los bosques, los prados o el mar.
Dichoso el que pueda dibujar los matices de las hojas mecidas por el viento.
Ojalá fuera capaz de recoger el tacto de la hierba, de la roca, de la arena y
transportarlo conmigo. Sueño con un frasco de perfume fresco que reproduzca el
olor del salitre, el aroma de la vegetación, la suave caricia con que nos
deleita la madera. Querría encender una vela que oliese a esos primeros
momentos, al primer amor, el perfume de una prenda suya, el abrazo sincero de
una madre o la mirada comprensiva de un buen amigo. Quiero enmarcar mil
sonrisas, pero de esas sinceras que llegan a los ojos y emanan luz. Quiero esa
luz para iluminar mis noches, o para acompañarme en momentos difíciles. Me
encantaría llenar mi techo de estrellas para observar el cielo antes de dormir.
Quisiera un telescopio que me transportase a ese universo tan enigmático y
misterioso que nos rodea. ¿No sería magnífico poder saborear ese beso de
despedida? O mejor aún, el del reencuentro. Me encantaría que el dolor físico
se pareciese al de esos abrazos que te cortan la respiración, en los que te
aferras cada vez con más fuerza a esa persona a la que tanto añorabas. Quiero
que el frío despierte en mí la misma sensación que la emoción que generan las
palabras reconfortantes de alguien que te ama. O esos escalofríos que se
despiertan al acercarte a ese alguien especial que aún no sabe que lo es. Que
la añoranza se pareciese a ambicionar ese algo que persigues con todas tus
fuerzas y que una voz te dice que conseguirás antes o después. Que la alegría
fuera algo que se buscase en los otros, en la naturaleza. Que la felicidad no
se nos ofreciese como la comodidad o el “bienestar general”, sino como algo por
lo que luchar y que mantener al margen de las facilidades, de lo material. Me
gustaría que la gente no hablase tanto de la felicidad como algo simple, no lo
es. Su camino es complejo, pero se conforma con cosas sencillas. Me gustaría
que la satisfacción fuese causada por logros propios o por la gratitud del
resto y que no se compitiese tanto. Ojalá que el respeto fuese algo que se
infundiese en todos los ámbitos, no tan solo en uno. Respeto por la naturaleza,
por el prójimo, por ideologías y por costumbres. Que se extinguiese la
insolencia de considerar lo propio lo único correcto. Sueño con un mundo sin
etiquetas, en el que ni las creencias espirituales o políticas, la forma de
vivir o el capital del que se disponga fuesen trabas para conocer a alguien.
Que se busque más a la persona y menos los intereses. No dudaría en vivir en un
mundo en el que madurar no significase perder ilusiones y sueños por el camino,
en el que crecer no acabase con el niño que llevamos dentro y que crea a su
antojo ilusiones imposibles para las teorías físicas. En el que se valorase más
el arte y con ello el sentimiento; en el que la inteligencia no se midiese en
un número, en un examen.
Se puede empezar con sueños sencillos, pero conforme vives las ilusiones se
tornan complejas. Nuestro error está al abandonarlas. Si crecemos también
crecen nuestras metas. Esto no significa que se deba tirar la toalla dando por
imposible el siguiente punto en el camino. Quizá necesites sentarte a descansar
más veces, pero si persistes alcanzarás la siguiente meta. La satisfacción de
marcarse objetivos que acaban siendo cumplidos mantiene vivo nuestro espíritu y
nos impide caer en la tan peligrosa pereza. Quizá tengamos que recoger a
alguien en algún tramo del sendero, quizá en lugar de recoger, nos veamos
forzados a despedirnos. Pero todos dejarán su firma en nuestro diario de a
bordo. Todos solemos partir del mismo punto, pero las bifurcaciones que tomen
nuestros senderos, nuestras rutas, dependerán de nosotros, de nuestras
decisiones o de nuestro entorno. Lo que sí es seguro es que, por retorcidos que
sean nuestros recorridos, por desviaciones y atajos que tomemos, acabaremos
todos en el mismo destino: la muerte. Habrá caminos más escabrosos, otros más
dulces, algunos desesperantes, agotadores, otros más satisfactorios. ¿Recuerdas
lo de todos los caminos llevan a Roma? Pues esa es la realidad de nuestra
existencia. Pongámonos al mando de
nuestro velero, con o sin tripulación a bordo, y sigamos las corrientes que nos
dicten la intuición, los principios, las influencias, los amores y desamores,
la educación o la deriva en los momentos de profundo desconcierto. Pero
pongámonos al mando, vivamos, disfrutemos, suframos.
Si no lo ves, puedes empezar por darte un paseo, solo, acompañado de música
o de tus pasos simplemente, rodeado de naturaleza y de calma. Hazlo y, mientras
tanto, piensa. Quizá llegues a la misma conclusión que yo… ¿Quién sabe?
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