Creación



Cuentan que hace mucho tiempo, eones y eones, había un ser superior capaz de todo, pero que se encontraba sumido en la más profunda soledad. El vacío era su único compañero. Desconocedor de sus facultades, se mantuvo así hasta que un día, la sensación de soledad y abandono pudo con él y, del amor que guardaba para sí, nació el universo. Al principio era joven, pero progresivamente fue adquiriendo una belleza única que lo hacía un lugar perfecto en el que desarrollar una creatividad capaz de jugar con todo tipo de fenómenos. Y eso hacía aquel ser, jugar con su más hermosa creación. Cuando había creado galaxias, estrellas, planetas y sistemas, fijó su atención en uno de ellos. Un pequeño y ferviente planeta en un sistema que parecía insignificante comparado con el resto de su obra. Y pensó que de aquel diminuto astro haría algo grande. Así fue, la vida se abrió paso sobre su superficie, muy poco a poco, recreándose el maestro en cada pequeño avance. Y como planeta que empezaba a estar vivo, la Tierra, pues así la bautizó, necesitaba amor, un amor que su padre podía darle. Pero la Tierra se sentía sola, necesitaba algo más tangible y, frente a ello, su creador no podía hacer nada. O eso pensaba.

Un día, acudió a su grandiosa mente una idea maravillosa: regalarle a la Tierra un hijo. De esta manera fue como el planeta perdió una parte de sí, una parte que se mantendría orbitando siglos y siglos a su alrededor, recordándole lo hermosa que era. Y nació la Luna. Orgulloso de su obra, el ser decidió seguir jugando con la Tierra y, tras varios experimentos que acababan cansándole o cansándose de vivir, creó al hombre. Éste tenía poder, tanto, que quiso dominar a la Tierra. Tenía tal ansia por crecer que trató de hacer del planeta su propio escenario de creación, tal y como había hecho aquel ser del que desconocía su existencia. Éste no supo si arrepentirse o enorgullecerse de aquel ambicioso juego, pues algunos hombres eran grandes tiranos y otros eran nobles almas. Pero, a pesar de encontrar equilibrio en aquellos seres, su ambición natural les llevaba a herir a la Tierra, falta ya de esperanza en aquella especie. El daño que causaban la hacía pensar que no era hermosa y que no existían motivos para ser amada. Pero la Luna, siempre fiel a ella, la obligaba a olvidar aquel pensamiento con su mirada fija, blanca y serena.

El creador siguió con su obra, jugando y experimentando por el universo con su mente despierta y compadeciéndose del ser humano. La Luna, pensaba, les recordaría la belleza de lo que estaban destruyendo y, algún día, acabarían por extinguirse. Justo castigo para aquél que no sabe amar ni cuidar de un tesoro como la Tierra. Entonces él la salvaría de nuevo. La esperanza en aquella especie tan singular, pese a todo, no decaía, pues confiaba en que se salvaran a sí mismos. Mientras tanto, él se dedicó a su universo, su grandiosa obra, el Todo.

¿Quién sabe? Quizás juegue con otro pequeño planeta en el que, como nosotros, haya seres ambiciosos e ignorantes de lo insignificantes, a la par que grandiosos, pueden llegar a ser en un mundo repleto de maravillas.

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