Banal
La realidad la había golpeado como una ola
fría en plena tormenta. La luminosidad del recinto pasó desapercibida, pues el
frío y la oscuridad interior eran más fuertes que ésta. La gente reía a su
alrededor con sonrisas y carcajadas entrenadas, todo fachada y diplomacia. Las
copas iban y venían ostentando los mejores elixires con nombres exóticos,
danzando arriba y abajo sobre bandejas flotantes empujadas por hábiles manos.
Los destellos de los vestidos de ellas y de las gominas en los peinados de
ellos eran cegadores y desagradables. Se sintió en medio de una fiesta de
barbies huecas y plastificadas, con esas sonrisas perfectas e imborrables.
Sintió que el suelo empezaba a
desvanecerse y decidió que sentarse sería la mejor opción para evitar
convertirse en el centro de una celebración en la que trataba de pasar
desapercibida. El murmullo estaba vacío, vacío de coherencia y de temas que
realmente merecieran la pena, todo hueco como las cabezas de los participantes
de la conversación. Sus amigos parecían disfrutar del momento y una angustia
interior empezó a invadirla, pero no una angustia física. Un malestar emocional
que iba endureciéndola y generando un sentimiento de profundo rechazo. La
sencillez que ostentaba era quizás el distintivo que la hacía destacar a ojos
de aquél ajeno a todas aquellas banalidades y memeces. Y pensó en el esperpento
de aquella fiesta, no pudo calificarlo de otra forma.
La música, sin embargo, era de
calidad y las letras atravesaban los oídos de los invitados sin dejar adherido
ningún mensaje. Intentó cerrar los ojos y centrarse en ella para olvidar la
angustiosa y vacía atmósfera del lugar. No podía calificar de tensión lo que
flotaba en el ambiente, pero toda aquella artificialidad le transmitía esa
sensación. Trató de adentrarse en las mentes de los allí presentes y pudo
fácilmente deducir que el egoísmo, la ambición y la envidia corroía aquellas
almas desgraciadas. Una sensación de ahogo comenzó a subirle por el cuello y se
anudó en su garganta mientras el resto de su cuerpo quedaba sujeto por hilos
invisibles que impedían que se moviera. Una marioneta más, un sentimiento que
comenzó a desagradarle de tal modo que el odio crecía de forma incontrolable en
su interior.
Y gritó, gritó liberándose de aquel
sentimiento que la oprimía. Se levantó del golpe mientras el resto la observaba
en silencio y con ojos anonadados, ribeteados con esmero a golpe de maquillaje.
Dijo todo lo que corría por su mente y, a medida que los insultos disfrazados
de verdades fluían por sus labios, sintió que la presión desaparecía.
Abandonó la fiesta con la cabeza alta y
sin remordimiento. Cogió un taxi de vuelta a casa y se prometió a sí misma no
pisar nuevamente un lugar así. Habían sido demasiadas las situaciones de ese
calibre en las que se había visto envuelta y esa noche había marcado sentencia
con un alto y claro “¡Basta!”.
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