Convivencia


La convivencia complica muchas cosas, pues en la intimidad cada persona es un mundo. Exigencias, normas, costumbres, horarios, manías. Todo defecto se ve acrecentado cuando la convivencia supera ciertos límites. Un hola y adiós no nos permite ver más allá de lo que una persona quiere mostrarnos realmente, ni tan si quiera verla a menudo. El día a día, desde que uno se levanta hasta que vuelve a acomodarse sobre la almohada -  incluso durante ese período que es el sueño en el que sólo actúa el subconsciente -  es donde se llega a conocer verdaderamente a una persona. Y me aventuro demasiado al decir verdaderamente, pues ni así somos capaces de ahondar en muchos de sus secretos. Somos una raza sibarita, desde el más sencillo y modesto hasta el más exigente. Y si sumamos a esa exigencia natural el egoísmo, las manías, la falta de tolerancia y comprensión y las diferentes configuraciones mentales que cada uno construye en su interior, nacen las discrepancias.

Dudo que exista una fórmula que nos permita encontrar a las personas cuya convivencia se acople, en la medida de lo posible, a la propia. Lo que sé y casi podría afirmar con rotundidad por la propia experiencia, es que coincidir en las normas de vida básicas, perspectivas y educación, aunque sea en la base sin tener en cuenta pequeños matices, reduce el cerco de posibilidades. Otro factor realmente importante, por no decir la base – y no tan sólo de la convivencia – es el respeto. Parándome a observar la situación actual puedo destacar que la gente tiene cada vez “menos aguante”. Se pierde el respeto al prójimo, se pasan por alto menos defectos y el amor se ve contaminado por el egoísmo. Creamos un estilo de vida, una forma de ver el mundo y una sociedad que precisa de malos momentos para sacar el lado “humano” – si es que a esa palabra puede dársele el sentido con el que se usa y no todo el contrario. Me baso en lo que veo, que es poco, en la sociedad que me rodea. Y esta sociedad me ha demostrado que, hasta el momento, la solidaridad nace en momentos de catástrofe. Mientras todo “va sobre ruedas” nos movemos por la satisfacción propia y nunca – o casi nunca – por la ajena. Y me pregunto por qué recurrir a la lástima para despertar a la empatía.

Y así, con estas actuaciones, pequeños detalles e incluso minucias, nos vamos encerrando y demostrando lo que realmente somos. Cada vez menos humanos – o más, según se le quiera dar sentido a la palabra – y más egoístas.

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