Contradicción


No es oro todo lo que reluce, suelen decirnos. Y con esta frase en mente, se desatan los pensamientos. ¿Cuántas veces hemos visto a alguien sonreír cuando realmente está viviendo un infierno? Incontables.

Sólo uno mismo es capaz de descubrir la causa de sus preocupaciones al cien por cien y no siempre es así. En ocasiones, resulta fácil descubrirlo, pero cuando entran en juego factores que dificultan el análisis, el tiempo que transcurre quizás cambie cosas que pueden no tener remedio. Son muchas las decisiones que tomamos día a día, tantas que, si fuéramos conscientes de ellas, se nos antojarían alarmantes. Desde que abrimos los ojos y decidimos levantarnos, hasta que yacemos nuevamente para despedirnos del universo y sumirnos en el mundo del subconsciente. La primera vez que escuché esto, fui capaz de ver la automatización que aplicamos a la toma de decisiones, viviendo en un mundo que casi las impone y sometiéndonos a una falsa libertad que nos ahoga poco a poco. La temida máquina que domina el mundo en todas esas películas de acción no es, ni más ni menos, que el propio ser humano con sus cánones y normas. Y, siendo nosotros los únicos que sabemos qué pasa por nuestra mente, nos disfrazamos y ocultamos tras la máscara todo aquello que nos preocupa. La gente, ignorante y arrogante, imagina y da por supuesto que todo va bien. A pesar de todo, nos quejamos de la falta de empatía y comprensión por parte del compañero, pretendiendo que este adivine lo que nos atañe tras la máscara. Cuánta contradicción aúna el ser humano, tanta, que la comprensión escapa a nuestras mentes.

Y en esa contradicción entra la lucha entre el deseo y el deber. Qué se debe anteponer y cuándo, me pregunto. La respuesta no es sencilla, pero resulta fácil de comprender. En cada momento se debe hacer, y perdón por el uso del deber en esta frase, lo que corresponda. El gran enigma lo encierra el saber qué es adecuado o no. Y de decisiones llevadas por la intuición nacen el error, la duda y el arrepentimiento. El futuro es incierto y lo creamos nosotros, pero el azar también juega sus cartas y desvía nuestros planes. No sé si llamarlo azar o decisiones ajenas, y quizás no me equivoque al afirmar que se trata, más bien, de lo segundo. He ahí el enigma, los resultados de nuestras acciones. Actuar a ciegas pone trabas en nuestro camino que pueden resultar más o menos complicadas de superar. Pero ante todo es fácil comprender que de los errores se aprende y que, sin ellos, lo desconocido nos atraparía debido a una inseguridad mayor.


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