Crecimiento


¿De qué sirve vivir si no lo aprovechas? Eso es morir en vida. ¿De qué sirve intentar si no te equivocas? Yo llamo miedo al no arriesgar por temor a los resultados.  La madurez quizá resida en parte en la persecución de las metas y aspiraciones, en no temer al sufrimiento.

La vida no es estable y eso es lo que le da emoción, lo que hace valiosos los buenos momentos, lo que nos enseña. Quiero creer que he imprimido muchas veces mi opinión en estas líneas. Todo suma, todo vale, lo bueno, lo malo, lo doloroso y lo placentero. Todo sirve para una mente preparada para vivir. Si a un niño le das un golpe, llorará, pero quizás aprenda a evitar el siguiente corrigiendo su comportamiento. La vida es como la madre que regaña a su hijo para educarlo. Pero la educación vital no son sólo modales, sino evolución moral, desarrollo de ideas, perspectivas y metas. Aprender a valorarla, aprender a valorarnos, evolucionar con ella y, sobre todo, seguir adelante echando la vista atrás para recordar las enseñanzas y aplicarlas en el siguiente paso que demos. La vida nos educa para estar a gusto con nosotros mismos, para vivir en paz con nuestro todo y, entonces, poder complementarnos con el resto, evitando relaciones turbulentas y poco estables. No nos engañemos, hasta el misántropo precisa de un apoyo social, bien lo encuentre en algo o en alguien. Se nos supone una especie inteligente y eso implica sociabilizar con nuestros iguales.

Las carencias emocionales, las inestabilidades psicológicas y morales, la inseguridad, la falta de amor propio, conllevan fracaso, golpes. Nadie nace sabiendo y, cuantos más encontronazos, más estudias, más creces. No sé dónde reside con exactitud el problema de aquéllos que no asimilan las lecciones. Supongo que como en las escuelas existen malos estudiantes, también encontramos necios e ignorantes en la vida.

La tolerancia, el respeto, la empatía y simpatía; dejar marchar a aquél al que no puedes retener contigo; saber mantener a quien amas; tomar decisiones que no sólo te incumben a ti. Todas estas son bases esenciales del crecimiento como miembros del gran grupo que forma la humanidad. Definir unas metas; luchar, cada uno a nuestra manera, por conseguir ser esa persona que definimos al principio del camino; aprender a no perder el tiempo y quererse a uno mismo. Nos encontramos ante algunos de los pilares del crecimiento como persona.

Quizá sea osado decir que nuestro mejor ejemplo somos nosotros mismos. Cuando algo ajeno nos decepciona, duele, pero podemos calificarlo de inevitable. Cuando lo propio es lo que genera decepción, duele el doble y debería ser motivo suficiente para el cambio. Modelarnos poco a poco, tratando de cambiar aquello que nos provoca esa desazón interna al lidiar con nosotros mismos. Imitar a un modelo, a alguien a quien admiras, nos pone en el riesgo de acabar degenerando en envidias, celos y rencores con cada fracaso al tratar de acercarnos a su ejemplo.

No debemos ser cobardes al enfrentar un problema. La vida, igual que la escuela, nos plantea problemas, nos somete a examen. Los resultados de cada prueba nos irán definiendo, ayudando a mejorar, hundiéndonos para después enseñar a levantarnos. La “nota” no sólo nos la pondremos nosotros, sino también nuestros compañeros de viaje y está muy sujeta a susceptibilidades, a la subjetividad. El ser humano es sentimiento y, no es lo mismo evaluar el saber cultural que el vital. La formación interna y lo que de ella mostramos al exterior no recibe el mismo trato que lo que nuestro cerebro asimila y escupe tras extraerlo de un libro.

Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para dar discursos o enseñanzas? Soy aún muy necia, muy joven, muy ignorante. Tomadlo como una reflexión en voz alta, como la necesidad de errar con un público que juzgue, espero no muy duramente, mis palabras.

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