Vuelo


El ruido de los motores estaba presente como pudiera estarlo el del murmullo en una cafetería o el de el trasiego de los vehículos en una avenida. Muchos de los pasajeros dormían, otros leían o mantenían conversaciones entre susurros, pero todos respetaban el silencio que parece traer de la mano la noche. Siempre se había sentido más cómodo junto a la ventanilla, conseguía calmar la impotencia que le causaba volar sin alas propias. Las vistas, pensó, eran infinitamente mejores desde esa altura, por eso  siempre había amado volar, más incluso que las destinaciones que escogía y, preferiblemente, elegía viajar durante la noche. No se distinguían los perfiles de los países, sus costas, ni los relieves de sus montañas, pero eso no era impedimento para que lograra orientarse desde las alturas.

 Ante sus ojos y tras aquella pequeña vía de escape, desfilaban miles de luces que dibujaban figuras irregulares, derramándose y atenuándose hasta desaparecer en las carreteras, las montañas y el mar. Las costas estaban bordadas de oro y se adivinaban fácilmente sus formas, sus curvas, golfos y cabos. De vez en cuando una pequeña salpicadura brillante en medio del vasto océano. Imaginó que el planeta era una mujer, de día, bella en su sencilla modestia  y naturalidad, de noche, todavía mejor. Este viaje era largo, como la mayoría de los que realizaba una vez al año, elegidos ex profeso para disfrutar más tiempo de la visión desde el aire.

El amor a la soledad había facilitado sus escapadas, aunque en ocasiones sentía un vacío que no podía llenar nada salvo aquellas fotografías que quedaban guardadas en su memoria. Desde que aquella mujer lo abandonó, no había conocido otra, pero así lo prefería él. O eso pensaba. En el avión pudo observar a parejas, familias y gente que tenía con quien rencontrarse en el aeropuerto de destino o de quien despedirse en el de origen. Sin embargo, él se encontraba completamente aislado de la vida compartida. Ni familia ni un futuro a la vista, tan sólo trabajo y una cama vacía empapada de reflexiones en silencio. No podía decirse que se lamentara por su situación, pero sabía que no era lo que le haría alcanzar esa plenitud de la que siempre le había hablado ella. Buscándola, acabó dejándolo desvaneciéndose entre argumentos que se deshacían en girones debido a la carencia de razones de peso. La inteligencia de aquella fémina era superior a la de cualquier hombre, perspicaz y ávida de mentes como la suya decidió salir en busca desprendiéndose de la mediocridad que a él le caracterizaba.

Sumido en estos pensamientos que parecían aflorar con más facilidad cuando trataba de abstraerse, reparó en una joven que pegaba su rostro angelical contra el cristal para observar mejor el espectáculo nocturno. Se sorprendió sonriéndole a la nada mientras la observaba mirar con atención el silencioso desfile de luces y figuras. Sobre su regazo permanecía un libro cuyo título había visto mil veces en manos de ella. Incómoda por la sensación de sentirse observada, buscó al causante de su inquietud. Bastó un simple cruce de miradas para entender la situación individual de cada uno. Dos desconocidos que creyeron conocerse.

El final lo dejo en manos de aquél que guste de decorar el cierre de historias abiertas, de él depende su continuación.

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