Cambios
En el silencio que encierran
estas cuatro paredes me invaden los pensamientos. Se suceden como secuencias de
palabras, frases una detrás de otra, un libro en creación constante.
Cambios, los buscamos
constantemente a nuestro alrededor pensando que ellos son los que albergan la
llave que abrirá las puertas a un mundo nuevo y mejor. Pero, en realidad, no
sabemos lo que nos depara esa puerta. Y, como si se encendiera una bombilla, una
respuesta viene rauda y centelleante. Nos pasamos la vida en busca de éstos en
nuestro entorno, esperando a que sea el mundo el que decida tomar otro rumbo,
cuando lo que debemos hacer no es, sino, buscarlos en nosotros mismos. Quien
espera, desespera y eso ha ocurrido conmigo. ¿Por qué empeñarnos en sentarnos a
contemplar la vida pasar con la esperanza de que ésta traiga la oportunidad que
nos despierte de nuestro letargo? La clave se encuentra en nosotros mismos, no
en los demás ni en el tiempo que “todo lo cura”. Es más fácil así, nuestro
padre el del reloj, al compás del tic tac de sus saetas, encierra el misterio del mañana, un futuro
próximo que se presenta como más nos place. Y como todo aquello sujeto al azar
y decorado con la guinda de la decisión propia, es impredecible hasta cierto
punto. Conjeturamos, suponemos con un margen de error bastante amplio, pues
nuestras acciones desencadenan una serie de hechos que escapan a nuestro
control. Pero, si algo es seguro, es que en nosotros se encuentra la respuesta,
la reacción ante los cambios. La solución a un problema que el tiempo no quiere
curar está en uno mismo. Replantearse si el problema está en ti y no en el
mundo, no encerrarse en la arrogante idea de que todo lo que hacemos está bien
y son los demás los que deben plantearse lo que llevan a cabo. Así es como
conseguimos que la sociedad continúe creciendo contaminada.
Fijarse en uno mismo, en lo que
nos satisface, lo que queremos, lo que esperamos de nuestra persona. Porque la
decepción causada por lo ajeno se cura, pero no hay nada peor que decepcionarse
a uno mismo. Cuando te percates, puede que sea ya demasiado tarde para desandar
el camino.
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