¿Altruismo?
¿Es realmente posible encontrar el bien natural en el ser humano? Es una
duda que me corroe y que la vida acaba resolviéndome con un no rotundo. A pesar
de todo, las reacciones, los detalles puntuales o el trato de ciertas personas
me devuelve a las cavilaciones. La fe se tiene en aquello que no existe,
escuché no hace mucho y es, precisamente, la palabra fe la que se emplea para
referirse al bien. “La fe en la bondad humana”. Si bien esto es cierto, hilando, llego a la conclusión de que es una utopía encontrar algo así en nuestra
especie. Haciendo un repaso de los hechos pasados y estudiando, no sin pasar
por alto numerosos detalles, a nuestra sociedad y situación actual, no alcanzo
a ver más allá de problemas y consecuencias nefastas. El día a día, pasando por
nuestro trato con iguales hasta llegar a los avances tecnológicos, desencadena
una serie de acontecimientos que acaban perjudicando bien a otras personas, a
nosotros mismos o bien al planeta, la naturaleza y el delicado equilibrio que
la mantiene en armonía. No sé si llamarlo misantropía, decepción o realismo.
Debe tener una palabra, pero no sabría enunciarla con certeza.
Los que mantengan la esperanza, la fe de la que hemos hablado antes,
respaldarán sus argumentos en los actos de las personas altruistas que nos ha
dado el mundo. Y ahora es cuando llega, quizás, la cuestión que arrase (o no)
con la firme (en apariencia) base en la que se sustentan las morales de muchas
religiones o culturas. El altruismo, los aparentes gestos desinteresados, las
ayudas al prójimo sin “obtener nada a
cambio”. ¿Es realmente el altruismo otro tipo de egoísmo? Un acto que enmascara
la necesidad de sanar una conciencia que se sabe enferma. Silenciar las voces
que nos gritan que obramos mal, una forma de sentir que el universo, un dios o,
simplemente, Pepito Grillo, va a perdonar los actos previos que condujeron a
esa situación. O una forma de satisfacción personal, “yo soy feliz si hago
feliz al que está a mi lado”. O la ya clásica frase de “animo mejor cuando
carezco de ánimos”. ¿No es esto, sino, una forma de satisfacernos a nosotros
mismos a través de la felicidad ajena? Nutrir nuestra desdichada alma con actos
que hagan sonreír al otro; anteponer al prójimo a nosotros mismos, quizás no es
tan noble como queremos creer. ¿Es esto la felicidad compartida de la que
hablan? ¿O acaso no sé distinguir entre el egoísmo y un acto sincero y puro?
¿Cuál es la delgada línea que separa al altruismo y a su antónimo? ¿Son tan
opuestos como creemos? Puede que del uno al otro sólo haya un paso.
De lo que me convenzo cada día que pasa es que la bondad como nos la
describen es algo prácticamente antinatural en el ser humano, la moral se
convierte en una necesidad para callar a la conciencia y, las leyes que la
rigen, en una manera de asegurar su seguimiento. Si avanzáramos en el análisis,
llegaríamos a la cuestión de libertad, pero es un tema en el que me asusta
entrar, pues aún me parece pronto para hablar de ella. A pesar de todo, mantengo mi fe, aunque trate
de ocultarla, en un rincón de mi ser.
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