13. Sonámbulo
Camino sonámbulo en mis propios
sueños. Es extraño, ni tan siquiera me levanto de la cama. En las imágenes que
se dibujan en mi mente durante la noche me veo. Me veo dando tumbos entre gente
que me ignora. Y entre ellos estás tú. Tu rostro se dibuja frente al mío,
despertándome de mi paso cansado, devolviéndome a una realidad ficticia. Pero
no me ves, sigues caminando en tu ajetreo constante, ausente. Te diría que no
lo entiendo, pero no es así. Comprendo perfectamente lo que mi mente quiere
decirme. La alegoría del sueño no escapa a mi entendimiento. ¿Qué nos pasa?
Somos extraños que juegan a desconocerse, que huyen de la intimidad usual de
las relaciones cercanas. El tiempo pasa y los momentos corren, pero en cada uno
de ellos te desconozco más. Te intuyo, debo hacerlo para intentar seguirte,
pero sigues en tu ausencia y no te alcanzo. Te quejas de la mundanidad y la
cumples a rajatabla. La profundidad en tu carácter no existe o la has encerrado
bajo llave, protegida, a salvo de mí y del resto. Y yo me hundo en la mía
propia, en mi abismo de emociones, de desconcierto, de pensamientos enrevesados
que me envenenan de forma progresiva, incitándome a las mañanas de resaca y a
las tardes melancólicas frente a un cielo que no quiere empatizar conmigo.
Solían gustarme los días soleados antes de conocerte, ahora busco refugio en la
lluvia que me entiende y se solidariza con mi alma cansada. Te has sometido a
la esclavitud del bienquedismo, de la diplomacia y has vaciado tu propia
personalidad, quitándotela y dejándola en casa, por si ofende, por si
desagrada, por si despierta algo que no sea la falsa simpatía del resto. Te
aborrezco al verte con tu sonrisa de postín, la perfección personalizada y
hueca. Te olvidaste del encanto de tus defectos, de que eras arte antes de
convertirte en este monstruo frívolo y mundano. Y digo arte, pues conseguías
despertar en el resto sentimientos adormecidos por la banalidad de este mundo
nuestro. Pero los aniquilaste, te convertiste en uno de ellos, fuiste lo que
querían que fueras y te abandonaste a la suerte de una sociedad pobre en
valores. ¿No te cansas? ¿No te aburres de ocultarte? ¿No echas de menos la
autenticidad, la franqueza de las palabras de un verdadero amigo? La
superficialidad de tus relaciones te puede ayudar a evitar los problemas, pero
eso no es vivir. Eso es esconderse, es un acto cobarde en el que no te
reconozco. Lo peor de todo es que estoy dejando que me afecte, porque en su día
estuvimos a gusto, en su día podía verme en ti. En tu carácter asustadizo, pero
constante. Conseguía apoyarme en tus miedos, de la misma manera que tú te
apoyaste en los míos para seguir adelante. No lo llamábamos dependencia, sino
complemento. Ahora ya no sé cómo llamarlo. Lo único de lo que sigo seguro es de
que tu ausencia, o tu desaparición, me han sumido en el sonambulismo de la
pérdida. No sólo soy sonámbulo en sueños, sino también despierto. Y me pregunto
cuándo acabará realmente esta pesadilla. Debo alejarme de ti, lo sé, pero sigue
siendo difícil. La esperanza me tiene atado de pies y manos, susurrándome al
oído imposibles que mi razón sabe que no se cumplirán. Tampoco te puedo culpar
de todo, mi inconsciencia es la gran responsable de mi situación. Quizá te
escriba esto porque ya he tomado la decisión definitiva: despedirme. Creo que
ya va siendo hora de despertar de esta terrible pesadilla que me acompaña en
sueños y despierto. No obstante, mantengo la esperanza de recuperarte algún
día, aunque, es posible, que ya llegues demasiado tarde.
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