7. Olvido
La tenía frente a mí con un libro
en el regazo, usando uno de esos señaladores que tanto le gustaba personalizar.
Las gafas habían resbalado hasta la punta de la nariz y comía distraída un
puñado de pipas que había sobre la mesa que acompañaba con una tónica con hielo
y limón. Habría estado sola toda la tarde de no haberse reencontrado conmigo,
acompañada por su libro y sus pipas. El mar nos regalaba una brisa suave que
arrancaba mechones a su moño desenfadado. A penas la conocía, pero me fascinaba
la seguridad que emanaba cada uno de sus gestos, la paz con la que era capaz de
convivir consigo misma.
-
¿Qué te ha traído por aquí este verano? – pregunté
curioso.
-
No lo sé, simplemente me apetecía pasearme por
vuestras costas y alejarme de mi ciudad – hablaba perfectamente mi idioma, pero
con un marcado acento francés.
Se hizo un silencio en el que su
mirada se clavó en la mía, analizándome. No pude sostenerla y pronto la retiró
para volverla a las pipas.
-
A veces me olvido de lo bello que es un lugar.
Entonces, me obligo a abandonarlo temporalmente para reencontrarme con él y ser
capaz de apreciarlo.
Lo dijo tranquila, dando un largo
sorbo al vaso de tubo con hielos.
-
¿No lo has probado nunca? – arqueó las cejas con
sorpresa, leyendo en mi rostro un no – Deberías. En general tendemos a no
apreciar las cosas conforme las desgastamos por su uso. Nos olvidamos de lo que
son.
Continué en silencio. Tenía
delante de mí a una casi completa desconocida, compañera temporal de estudios.
Creí conocerla en los pocos meses que nos mantuvieron unidos, en los besos que
compartimos antes de su partida, en las caricias y en las sonrisas, en los
pequeños secretos que me reveló. Pero ahora había vuelto y fue la casualidad la
que forzó el reencuentro, no una llamada ni un mensaje por su parte. Me sentí afortunado de vivir en una ciudad tan
pequeña y de haberle enseñado los pequeños rincones que solía frecuentar.
-
Olvidamos lo más importante, lo que de verdad
puede llegar a llenarnos de gozo – continuó su discurso, obviando casi mi
presencia, como si hablase consigo misma o escribiese en un diario -. Olvidamos
tratar bien a nuestros amigos, olvidamos decirles lo mucho que los queremos.
Olvidamos decir te quiero, en general. Olvidamos tantas cosas…
-
¿Tú me olvidaste a mí? – tornó sus negras
pupilas hacia mí. Solté aquella pregunta sin anestesia, como un reproche que
llevara guardando tiempo.
-
No – contestó, seca -. Lo que pudo nacer terminó
como debía hacerlo. No te olvidé, archivé el recuerdo como uno más en mi
memoria, igual que hiciste tú. Recuerdo lo mucho que te gustaba recibir correo,
pero jamás recibí una carta tuya en estos dos años. No es un reproche,
simplemente terminó.
No supe qué contestar a aquellas
palabras cargadas de razón, no podía reprocharle no haber avisado de su regreso
si no me atreví a ponerme en contacto con ella tras su partida. Alcé la mano
llamando al camarero y pedí una cerveza.
-
El mundo ya no crea a gente como tú, debes ser
única en tu especie – me atravesó una mirada que aún no he sido capaz de
clasificar, pero cuya intensidad se derramaba desde sus pupilas inundando la
atmósfera circundante -. ¿Qué lees? – el silencio se había vuelto insoportable.
Bajó el rostro hacia la portada que yacía sobre su regazo, impasible.
-
La conjura de los necios.
-
¿Lo recomiendas?
-
No – rotundo.
-
¿Por qué?
-
No me gusta recomendar lectura. Cuando alguien
te recomienda algo te pone en el compromiso de leer un pequeño pedazo de su
ser, te descubre un pequeño tesoro y cae en el riesgo de desvelar ciertos
secretos que quizá no desease destapar. Depende mucho de la persona, pero si el
libro no te gusta, puede resultar grosero afirmar que te ha parecido una
porquería, si así ha sido. En caso contrario, puedes satisfacerlo con una
crítica positiva del mismo, pero detesto reconocer que esa pieza haya podido
pasar a formar parte de mi colección de joyas.
-
Olvidaba tu hermetismo y sobreprotección hacia
aquello que forma parte de tu yo más interno. Tú afán por proteger tu burbuja
del resto y de no dejar que nadie acabe formando parte, enteramente, de tu
vida.
-
Olvido – esta vez estaba ausente con la memoria
en otra parte -. Tú conseguiste que me olvidara de mí, de mis férreas
creencias, de mis sólidas convicciones – suspiró -. Nunca me olvidé de ti, pero
aprendí a recordarme aún con tu recuerdo presente.
En su mirada había nostalgia y un
brillo que conocía a la perfección, una súplica débil y clara que chocaba con
la tensión de su mandíbula justo antes de que la besara. “No deberías besarme,
pero hazlo”. Esta vez no lo hice, me levanté, pagué la cuenta y, antes de
partir, acaricié su rostro de porcelana por el que resbalaba ahora una pequeña
lágrima.
-
Gracias por la conversación – susurré dibujando
una sonrisa. Ella asintió y besó mi mano, dulce, pero sin perder su fortaleza.
Marché dejándola sumida en su
soledad, dando paso a la reflexión, a esos momentos que tanto anhelaba cuando
estaba acompañada. La dejé recordándose tras la brecha del reencuentro, pues su
memoria, para protegerse, había olvidado recordarme.
Dedicado a J.C.O.
Dedicado a J.C.O.
Comentarios
Publicar un comentario