8. Elocuencia
Me gusta caminar sola. No sé si
eso resultará extraño, pero creo que a todo el mundo le gusta perderse de vez
en cuando. No acostumbro a usar música en mis paseos, tan sólo silencio. Mis
oídos gustan de estar libres en mis caminatas. No tengo que atravesar un
período de conflicto interno para permitirme salir de esta forma. De hecho es
un lujo para el que suelo disponer de poco tiempo, pues ya es costumbre andar
acompañada por amigos, familia, compañeros de trabajo.
Creo, e igual me equivoco, que no
sois conscientes de la elocuencia del silencio. Quizá suene absurdo, pero el
silencio habla. Y no es el silencio, realmente, sino la ausencia de palabras. Si
se dejan de lado los pensamientos y se observa alrededor, se descubre un mundo
que, visto con los ojos del espectador paciente y atento, se revela distinto.
La misma calle, el mismo parque, bosque, playa o, incluso, persona, se muestran
diferentes. Una nueva perspectiva que ofrece su individualidad cuando no es
contaminada por agentes externos a ellos. El sonido de las olas puede sugerir
historias que se desatan en nuestra mente, anécdotas provenientes de islas
lejanas y no tan lejanas. Las aves ocultas entre los árboles componen melodías
con notas que creíamos imposibles en una garganta animal. Las cigarras con su
rasgueo constante hablan de calores imposibles, de veranos sosegados a la
sombra de un árbol viendo pasar las nubes. El viento silba y arrastra restos de
árboles, polvo cuyo origen es desconocido, moldea la roca y empuja al mar hacia
la costa. Los pasos de la multitud te envuelven y trazan rutas imaginarias que
jamás serán verificadas. Conversaciones ajenas que cuentan historias de amor y
desamor, de rutina, de problemas o banalidades. El tráfico de automóviles habla
del estrés de una ciudad colapsada.
También me gusta caminar en
silencio, pero acompañada, pues en el silencio del otro adivinas sus
pensamientos. Miradas de reojo tratando de leer la expresión en el rostro de tu
acompañante, imaginando lo que desea decirte a continuación. También se conoce
al prójimo por lo que calla, por la elocuencia de sus miradas, de sus gestos,
de sus reacciones. Dos enamorados caminando el uno junto al otro, sin decir
nada, sin apenas rozar las manos a cada paso, también hablan. Una mirada es una
declaración de intenciones, no importa de qué clase sean. Una ausencia también
tiene cosas que decir, no siempre del ausente, sino también del que espera o
desespera con la pérdida. La propia soledad también nos desvela nuestros
miedos, otra cara de nosotros mismos, nuestros anhelos.
Me gusta el silencio, la ausencia
de palabras, el lenguaje corporal, los idiomas que habla el mundo y que aún no
tienen nombre por no disponer de vocablos propiamente dichos. Me gustan porque
son elocuentes. Y tú, ¿has sido capaz de escucharlos?
Dedicado a J.C.F.
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