25. Perenne
Perenne es el sonido de tu risa,
la curva de tus labios cuando sonríes, la musicalidad con la que inunda el
momento. Perenne es una mirada sincera, la fuerza que transmite la comprensión
en tus pupilas, la limpieza del desinterés reflejada en tus ojos. Perenne es el
color de tus iris a los que no les importa el otoño.
Perenne es la magia de un
momento, un instante de plenitud. Perenne es la mano que me tiendes cuando me
tambaleo, la caricia de tus dedos sobre mi hombro cuando me hundo en mi mar de
lágrimas.
Perenne es la foto, que guardo en la memoria,
de un paisaje, de aquel rincón que hice mío a base de visitarlo. Perenne es el
olor a sal del mar que me recibió en mis días de penumbra. Y también, el aire
seco de la montaña que acogió mis caminatas por senderos interminables, cuyo
fin impuse al vencerme el agotamiento.
Perennes son los pensamientos que
me descubren el mundo desde otro punto de vista, los que me obligan a
reflexionar. Perennes son las conclusiones que me llevan a ver la vida desde el
cristal de la alegría y la jovialidad. Perennes son las enseñanzas que me
ayudaron a madurar.
Perennes son los detalles que me
regalasteis desinteresadamente, las sorpresas de cumpleaños, las tardes en
terrazas sin nombre rodeados de cervezas. Perennes son las alegrías que me
contagiasteis en noches de verano rodeados de estrellas.
Perennes son los deseos que,
pudiendo o no cumplirse, lancé a las estrellas que cruzaron el firmamento cada
agosto. Perennes son los recuerdos que me evoca la Vía Láctea derramada en la
negrura. Perenne es la Luna que tapó a esas estrellas, celosa de los secretos
que cargaban en su estela.
Perennes son los planes que
organizamos, las ilusiones que creamos, los viajes a mil sitios que quedaron en
propuestas. Perennes son los te quiero que dije a todos aquellos que algún día
consiguieron que mi vida fuera un poco más rosa. Y menos oscura. Y también las
discusiones que me enseñaron a valorar lo que estuve a punto de perder. O que
perdí.
Perennes son las canciones que
escuchábamos en el coche durante los viajes. Y las que me recomendaron,
regalándome un poquito de su alma. Perennes son las noches de fiesta, las que
terminan con el alba. Perennes son los bailes que disfruté rodeada de amigos y
conocidos, al son de música de mi repertorio y de la que no, también. Los que
acompañé de saltos y coreografías sin sentido.
Perennes son los baños en el mar,
las carreras hasta el final del espigón, las corrientes frías arrancándome un
grito ahogado, los peces que jugaron con nuestras piernas al escondite. Son las
zambullidas que me descubrieron arrecifes, rocas y erizos de mar, esos a los
que tengo tanto respeto. Y medusas, flotando tranquilamente mientras huíamos de
ellas.
Perennes somos nosotros, nuestras
penas y alegrías, nuestros defectos y virtudes. Perenne es nuestro conjunto, lo
que nos conforma, lo que nos distingue. Perennes somos nosotros y los que
contribuyeron a crearnos. Y nuestros recuerdos. No los perdamos.
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