23. Nostalgia
El tiempo del que solía disponer
ya no existe, ha sido engullido por miles de obligaciones adultas que me llevan
a una realidad que no es la mía. Vivo en un desajuste nostálgico en el que
añoro tantas cosas como deberes me surgen. Alguna vez había oído hablar de esta
vida, amarga y racional, que ataba las riendas de una creatividad condenada por
los quehaceres. Me pregunto si sigo siendo realmente un crío, un niño atado de
pies y manos, en las garras de los convencionalismos y lo gris. Nostalgia es
quizá la palabra que me viene a la mente. Añoranza de tiempos pasados y me
pregunto, también, si soy un romántico. Todo esto mientras le quito el polvo a
la máquina de escribir y me enciendo un cigarro de esos que a ella le gustaba
fumar. Nunca le he encontrado el gusto, ella decía que tampoco, pero así
conseguía darse un aire de falsa arrogancia, mientras mantenía el cigarro entre
los dedos y dejaba que el propio fuego lo consumiera, sin tragarse el humo. Un
muro que ocultaba la debilidad infantil, la vulnerabilidad que escondía su
verdadero carácter. Vivía con la máscara de la seguridad puesta, en un mundo
que no la aceptaba. A mí tampoco, sea dicho, por eso nos entendíamos. Partió
hace ya mucho, a algún país de esos en los que el billete de avión cuesta una
pequeña fortuna. Si es de ida y vuelta. Alguna vez me llega alguna carta que
tampoco me aclara mucho, dos o tres líneas descuidadas, con alguna falta de
ortografía. Hace tiempo que no habla nuestra lengua, se está haciendo nativa de
otra tierra.
Añoro su torpeza, su gracia para
chocar con los muebles, para llenar de hematomas sus piernas. Su falta de tacto
al hablar cuando está enfadada o su silencio cuando cree que no tiene nada que
aportar, aunque no sea del todo cierto. Añoro tantas cosas de su imperfecta
compañía. Diría que me reconcome, pero tampoco tengo tiempo para ir tan lejos,
el imaginarla haciendo todas esas cosas que solíamos hacer cuando éramos
jóvenes, con otra persona. Imaginar cómo recrea esos momentos que formaban
parte de nuestro diario de aventuras, sustituyéndome por otro rostro, otra
sonrisa. Prefiero vivir en la ignorancia y creer ingenuamente que sigue
guardando aquel cuaderno con fotos y frases que llenamos a base de tardes,
noches, madrugadas, mañanas, mediodías. De horas juntos o de minutos. A veces,
sólo nos veíamos escaso tiempo. Así parecía más intenso, más emocionante. Quizá
no sea esta vida nueva lo que me ahoga, sino su ausencia. Pero no quiero
reconocerlo. Prefiero echarle la culpa al mundo de los adultos, como un niño
insolente y huidizo.
La añoro a ella, pero también me
añoro a mí, a la persona que consiguió descubrirme, a mi espíritu juvenil e
intrépido. Una persona que no sale sin motivación que la empuje. Nostalgia,
pura y dura, dolorosa en días de lluvia en los que nadie se sienta a tu lado
para compartir un café o un chocolate caliente. Hoy he resucitado las teclas de
este viejo cacharro para escribirle o, quizá, para escribirme. Me he escapado
de entre mi montón de obligaciones para encerrarme aquí y vomitar un poco lo
que me ronda la mente. Y la nostalgia se ha marchado por un momento, me he
mirado en el reflejo de la ventana y me he reconocido un poco, he vuelto a ver
esa mirada encendida, motivada. Un atisbo breve, quizá. Pero ahí estaba,
pidiendo que le abriera la puerta. Quizá es la nostalgia la que se la ha
cerrado, quizá he sido yo, estúpido y romántico, el que ha decidido vivir así y
no ha sido su partida, quizá es el momento de vivir conmigo mismo y no con un
recuerdo que me envenena. Igual es el momento de sacar al fénix de entre las
cenizas que el tiempo no deja arder de nuevo.
Lanzo la colilla a la papelera,
jamás me ha gustado esa mierda de la nicotina y el alquitrán. Las maletas están
en los altillos, la idea de resucitarlas me entusiasma. Decido hacer una
pequeña locura, definitivamente, he vuelto.
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