20. Época


Vivimos una época convulsa, una época difícil. Una época en la que se pugna por ser uno mismo entre una multitud que parece estar compuesta por cientos de rostros iguales. Un tiempo en el que ser uno mismo cuesta un precio alto, el precio del prejuicio, del rechazo, del acoso, de la burla. Un tiempo de contradicción en el que nunca se sabe qué camino tomar, en el que hagas lo que hagas, los ojos que están puestos en ti se creerán con el poder suficiente para valorar tus actos, para dictaminar una sentencia para tus errores. Errores que tal vez no lo sean, errores que quizá sean sólo decisiones que te lleven por rutas fuera de los mapas de lo establecido. Decir que vivimos con miedo puede que sea demasiado atrevido, pues los hay con la valentía suficiente para ignorar lo que los falsos jueces reprochan.

Vivimos en una época en la que la autenticidad, la naturalidad, la espontaneidad, se ocultan. Una época en la que encontrar a alguien sin máscara, cuesta. Un tiempo de carnaval constante, de juego del despiste, de apariencia. Un tiempo en el que importa más agradar que agradarse a uno mismo. Me pregunto si es posible ser feliz con la rigidez de la banalidad por vestido, si es posible no agotarse al mirarse en el espejo y ver siempre a alguien que no eres tú. ¿Dónde quedaron las risas no ensayadas, las carcajadas que no suenan a música? ¿Dónde se esconden las palabras sinceras sin parecer sermones de autoayuda? ¿Por qué todos repetimos las mismas frases, que suenan igual de falsas que la autoestima de quien las escribe, para alentar? Basta una mirada, un abrazo, un “estoy contigo”. Todos queremos ser filósofos en un mundo en el que pensar, opinar, tener criterio propio está mal visto. Si no piensa como tú, condénalo, aléjate de él. ¿Y la riqueza del contraste? La riqueza de abrir la mente a la diversidad, de no cerrarse puertas, de escuchar opiniones diferentes, de tener con quien conversar desde cualquier punto de vista. La libertad de no juzgar a quien te habla, dejando al desnudo su mente. La libertad que ofrece la capacidad de entender, de compartir, de forjarse a uno mismo a partir del aprendizaje que brindan la diversidad, las experiencias, los debates.

Vivimos en una época en la que se nos dicta cómo vestir, cómo actuar, cómo hablar. Qué (quién) conviene y qué (quién) no. ¿Acaso no debe quedar bajo nuestra elección quién merece entrar en el círculo de nuestra confianza? ¿O a elección de quien nos rodea el hecho de entrar o no en él? La incompatibilidad de caracteres existe, eso es innegable, pero eso no es sinónimo de guerra. Se pueden seguir caminos paralelos con la tranquilidad que da la ausencia de conflictos. Vive y deja vivir. Pero antes de eso, démonos la oportunidad de conocer, de adentrarnos un poco en aquello que ignoramos. Sólo así se pueden tomar decisiones con fundamento. Equivocarse no es perder el tiempo, sino ganar madurez y conocimiento sobre nuestros actos.

Y, quizá, sea la dificultad lo que hace más valioso el encontrar la rareza, aquello que se sale de los patrones. Encontrar a esas personas que se ríen sin complejos, que se visten del color del que ven esa mañana, que te hablan sin filtros, que te miran con paciencia, que te abrazan cuando tu humor se resiste a dejar salir una sonrisa. Esas personas a las que se tacha de excéntricas, de locas, que los normales miran con miedo o con rechazo. Esta época esconde muchas joyas, joyas que están más a la vista de lo que creemos. Sólo me resta decir que, si encuentras una, consérvala.

Dedicado a J.M.M.

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