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Mostrando entradas de mayo, 2020

Ahogarse en un deseo

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La pálida luz de la luna se difuminaba en el oscuro cielo. No había estrellas, la ciudad las había engullido con sus potentes farolas y carteles. Pequeños copos de nieve morían en el cristal de su ventana, deshaciéndose con el más leve contacto, tiñendo el vidrio con frías gotas. La penumbra dibujaba sombras sobre las sábanas que se movían al compás de la tenue luz que asomaba por la rendija de la puerta. Era Navidad, una Navidad triste, una Navidad que nadie debería tener. El coche de él esperaba a las puertas del majestuoso edificio, pero ella no aparecía. Ya pasaba media hora desde que él había llegado, cinco minutos antes de lo acordado, como siempre. “Mujeres – pensó -, siempre llegando tarde”. Nueva York estaba preciosa en Navidad, pero la belleza material pasaba desapercibida para ella. Lo había perdido todo tras el accidente, sus padres, su hermana... todo. Sólo le quedaba él, pero nunca tuvo claro si seguía con ella por pena o por interés, la herencia era considerable ...

Despedida

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Barcelona, la brisa se colaba por su ventana, la iluminación de las calles continuaba en funcionamiento. El amanecer comenzaba a asomar por la línea del horizonte, reflejándose en el mar que empezó a destellar como si pequeños diamantes se incrustaran en sus olas. La almohada continuaba húmeda y su rostro también, aunque ya no quedaban lágrimas. El móvil permanecía en la mesilla con los cientos de mensajes pidiendo explicaciones, pero lo dejó sonar. Quizás enmascare parte de mi historia en esto, supongo que es normal. La carta yacía abierta sobre las sábanas, en su regazo. Había pasado la noche sin dormir leyendo una y otra vez esas líneas hasta que la vista se le comenzó a nublar. No veía a sus padres desde hacía años y aquel trozo de papel le despertó la conciencia arrancándole los remordimientos que había guardado en un rincón del corazón. Al otro lado de la península, a orillas del Atlántico, su familia la requería para asistir al funeral de su padre. Un accidente de tráfic...

Libro

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Las gotas se lanzan contra los cristales deseosas de entrar, encontrando su muerte contra mis ventanas. La música suena casi inaudible, al volumen idóneo para convertirse en banda sonora del momento. La luz dibuja sombras sobre el escritorio, convirtiendo los objetos dispuestos sobre él en fantásticas criaturas imaginarias. Su color blanquecino oscila ligeramente, aunque soy incapaz de percibirlo. El perfume de la estancia es el que el viento cargado de lluvia cuela por las rendijas del marco de la ventana, único capaz de infiltrarse en esta burbuja. Pero la calidez de la habitación pasa desapercibida, no estoy aquí. Me he trasladado a un muelle azotado por una agresiva tormenta que araña el mar levantando olas que mueren en las rocas, deshaciéndose en espuma. Los barcos atracados se balancean violentamente y sus mástiles oscilan midiendo el calibre de la tormenta, como indicadores. En su movimiento emiten un sonido rítmico y metálico que, lejos de crispar, relaja. Algún relámp...

Verdades

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“¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?”, decía Silvio. ¿Hasta dónde? ¿Dónde se encuentra el límite que nuestra sinceridad no debe cruzar? Quizás se trate de una pregunta más frecuente de lo que me pueda imaginar. Es complejo y, conforme avanzas en el tiempo y este hace mella en ti, la dificultad de su uso aumenta. Solemos oír que las verdades duelen, aunque los que aparentan ser valientes aseguran querer escuchar la verdad aunque duela. Se cree que el sincero, el que jamás maquilla una verdad, es valiente. Prefiero llamarlo imprudente. Hay verdades que no pueden decirse, verdades que debemos callar para nosotros y anotar como punto a tener en cuenta, pero que no deben ser pregonadas salvo que quieras ofender sin motivo al prójimo. Hay otras que jamás deberían ser calladas, pues normalmente se van acumulando hasta que hacen explosión, una explosión de palabras que hieren cuando no deberían hacerlo. También las hay dichas a medias, en la frontera con la mentira. Y verdades maq...

Supervivencia

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Sobrevivir es fácil, lo que no es sencillo es elegir la forma de supervivencia. Ya no hablo de supervivencia física, sino moral. Cómo hacer frente a las penas y alegrías, a situaciones desfavorables, positivas y a aquellas que te consumen poco a poco, aflorando desde el interior hasta la mirada. Hay muchas formas de hacerlo, aunque, como es natural en el ser humano, tratamos de ordenar y dividir a las personas que cumplen un par de características generales en distintos grupos. Características que quizás luego no tengan nada que ver con lo que se es en realidad, pero que están ahí marcando pautas y configurando patrones. Hablamos de débiles y fuertes como división principal. Ya lo hacía Nietzsche al hablar del filósofo y del superhombre. Hay quien decide afrontar la vida por sí mismo, calla y asume y sigue adelante sin ayuda, aunque creándose una coraza que hace cada vez más vulnerable lo que se esconde tras ella. Está quien necesita a los demás, la presencia de alguien que le ap...

Diciembre en Porto

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El Duero traía el frío del Atlántico que ascendía por las empinadas cuestas de la ciudad, arrancando bocanadas de aire frío a las esquinas y golpeando a los viandantes sin piedad. Porto, con sus fachadas oxidadas y sus cuestas infinitas lucía bien en cualquier época del año y, pese al frío, era imposible decir que no a perderse por sus callejuelas adoquinadas en busca de fachadas recubiertas de cerámica azul y blanca. Era ya costumbre entre los suyos escaparse unos días durante las navidades para celebrar el fin de año, una forma de reunir a la familia, pero la que se elige, aunque no fuera volviendo a casa, sino alejándose de ella. Eran muchos los caminos que habían forzado su divergencia física, aunque las nuevas tecnologías y las redes luchaban contra la distancia para evitar separarlos. Porto era el destino preferido ese año, escondiendo entre sus adoquines los secretos que se fraguaran aquellas noches. Quedó un momento rezagado, odiaba los largos paseos, pero en su gru...

Noviembre en Praga

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Noviembre es un mes triste, incierto, que navega entre la marea de un otoño madurando y que gesta un invierno que aún se hará de rogar. La ciudad de Praga le evocaba sentimientos similares durante todo el año, parecía vivir en un noviembre constante en el que la melancolía y la apatía eran algo ya permanente. El hollín en las estatuas del puente de Carlos les confería una apariencia lúgubre, oxidada, de descuido y de pobreza. No lograba librarse de la sensación de ahogo de la bota de la antigua URSS. No sabría describir qué era exactamente aquella zozobra que consumía sus ilusiones a pasos agigantados. El Moldava fluía, oscuro, a los pies del puente mientras veía alejarse a las embarcaciones. Los cisnes parecían inmunes al frío de las aguas de noviembre. No se sentía capaz de negar la belleza de la capital checa, pero lo que le había atado a aquella ciudad lejos quedaba ya. Praga era como una de esas personas a las que llegas a amar, aunque siempre con la punzada de la conc...

40. Melancolía & Octubre en Madrid

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Llueve en Madrid. Las calles son un torrente de gente con paraguas a un ritmo estresante, huyendo del agua de octubre. El incesante tráfico salpica a los peatones incautos que caminan por el bordillo de las aceras empapadas. No me importa mojarme, quizá me resfríe, pero no me parece tan grave ahora. La lluvia me ha cogido por sorpresa y no llevo paraguas. La Castellana no ha perdido su habitual flujo de trajes de chaqueta hablando por sus teléfonos móviles pese a la tormenta improvisada. Ni de turistas despistados e ignorantes de la magnitud de las avenidas, en dirección a Recoletos para ir descubriendo las sonadas plazas que se yerguen como nexos de los paseos. Sostienen sus planos a cubierto de la lluvia, tratando de evitar que se conviertan en una pasta de papel decolorado e ilegible. Me pregunto si sabrán que por los paseos que se suceden, fluía antaño un arroyo cuyo nacimiento lo marcaba un obelisco que ahora se encuentra en el Parque de la Arganzuela. Yo, por mi parte...

Septiembre en París

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Septiembre aúlla todavía en el amanecer de este día gris, con mil nubes plomizas por techo y una atmósfera melancólica. Los días soleados escasean más desde que el otoño ha caído en la ciudad. El Sena fluye tranquilo, partiendo la ciudad a su paso. De entre todos los rincones de París, el mío ha sido siempre el cementerio Père-Lachaise. Lejos de flotar una atmósfera lúgubre, entre sus tumbas reina una calma que el río de turistas no logra perturbar. Todo el que allí entra, se congela en el tiempo y las partidas de ajedrez que en sus bancos se juegan, no tienen reloj. El cierre es temprano, pero eso no priva a sus visitantes del disfrute de un momento de paz al día. No obstante, igual me he vuelto una romántica empedernida, pero no de las de Bécquer, sino de lo que hoy se entiende por romanticismo. Ahora la torre ha cobrado cierto encanto que antes no tenía. Nunca ha dejado de sorprenderme, pero tiene esa popularidad que marchita el encanto de lo desconocido. Aquella tarde e...