Ahogarse en un deseo

La pálida luz de la luna se difuminaba en el oscuro cielo. No había estrellas, la ciudad las había engullido con sus potentes farolas y carteles. Pequeños copos de nieve morían en el cristal de su ventana, deshaciéndose con el más leve contacto, tiñendo el vidrio con frías gotas. La penumbra dibujaba sombras sobre las sábanas que se movían al compás de la tenue luz que asomaba por la rendija de la puerta. Era Navidad, una Navidad triste, una Navidad que nadie debería tener. El coche de él esperaba a las puertas del majestuoso edificio, pero ella no aparecía. Ya pasaba media hora desde que él había llegado, cinco minutos antes de lo acordado, como siempre. “Mujeres – pensó -, siempre llegando tarde”. Nueva York estaba preciosa en Navidad, pero la belleza material pasaba desapercibida para ella. Lo había perdido todo tras el accidente, sus padres, su hermana... todo. Sólo le quedaba él, pero nunca tuvo claro si seguía con ella por pena o por interés, la herencia era considerable ...