Despedida


Barcelona, la brisa se colaba por su ventana, la iluminación de las calles continuaba en funcionamiento. El amanecer comenzaba a asomar por la línea del horizonte, reflejándose en el mar que empezó a destellar como si pequeños diamantes se incrustaran en sus olas. La almohada continuaba húmeda y su rostro también, aunque ya no quedaban lágrimas. El móvil permanecía en la mesilla con los cientos de mensajes pidiendo explicaciones, pero lo dejó sonar. Quizás enmascare parte de mi historia en esto, supongo que es normal.

La carta yacía abierta sobre las sábanas, en su regazo. Había pasado la noche sin dormir leyendo una y otra vez esas líneas hasta que la vista se le comenzó a nublar. No veía a sus padres desde hacía años y aquel trozo de papel le despertó la conciencia arrancándole los remordimientos que había guardado en un rincón del corazón. Al otro lado de la península, a orillas del Atlántico, su familia la requería para asistir al funeral de su padre. Un accidente de tráfico, siempre había oído los cientos de noticias que hablaban de lo mismo, pero jamás hubiera imaginado que uno de ellos iba a ir destinado a ella o a su familia. Como cuando piensas que nunca te tocará la lotería y un día, sin avisar, tu número es el premiado, pero al revés. Una comparación de mal gusto. El azar y sus caprichos.

El dolor venía con más fuerza que otras veces, había pensado y decidido pedir perdón por lo que hizo, lo que la condujo a abandonar el nido, pero no había llegado a hacerlo. Ahora ya era tarde, por lo menos su padre ya no vería regresar a la hija pródiga. Su madre, por el contrario, la vería, pero ¿en qué condiciones y situación? No sabía si compadecerse u odiarse, pero se encontraba más próxima a su última determinación. El móvil volvió a vibrar anunciando la entrada de un nuevo mensaje. Maldijo el momento en el que conoció a aquel hombre y sus insistentes caprichos, por él había echado a perder muchas cosas. Pensó que el desengaño y el error eran ya parte de su vida y que, si desaparecieran, los echaría de menos. No quería reconciliación esta vez, tan solo perder de vista todo aquello que la había hecho infeliz en aquella ciudad bruja. Incluso odió Barcelona, la que la había mantenido hechizada con sus calles y su misterio, con su Mediterráneo tan alegre al lado del oscuro océano.

El salitre se colaba en su habitación y su olor le recordó a las lágrimas que había derramado aquella noche. El sol ya se había asomado del todo y la luz se tornaba blanquecina, desapareciendo el rosado del alba. Dejaría allí todo lo que había sido suyo, no quería recuerdos felices. Borrón y cuenta nueva. Cogería el primer tren que pasara por la estación a su llegada sin decir adiós a nadie, desaparecería sin más. No quería escenas de andén y ventanillas de tren alejándose, de hecho cerraría los ojos al dejar la estación. Miró el mar, lo único que echaría de menos o que quería echar en falta. Nada más, sólo el mar. No sabía si se arrepentiría de su decisión, si sería un error, pero, si así fuera, ya se había acostumbrado a vivir con él.

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