35. Compasión
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Me decepciona la insaciable banalidad de esta
sociedad ansiosa. Me agota la cháchara hueca de toda esa gente – extendió el
brazo y dibujó un abanico que abarcaba las azoteas de aquella ciudad siempre
despierta -. Ni los lugares que se jactan de recibir a una clientela más
selecta, dando pie a la tertulia inteligente, me alientan. No son más que
formas de vender lo mismo, el humo contaminado de mentes codiciosas que no ven
más allá de su ambición. La libertad de pensamiento se restringe, la exclusividad
y genialidad se castigan con el menosprecio y el rechazo. Vamos, acompáñame.
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¿Por qué? – la desconfianza se dibujó en su
mirada.
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Lo que quiero enseñarte sólo puedes vivirlo,
asimilarlo con tus propios ojos. No puedo describírtelo.
Se adentraron
en la noche de la ciudad más sobrevalorada del país, o así la había descrito en
sus numerosos debates, y visitaron uno de los locales más afamados entre el
público más elitista.
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Echa un vistazo, quiero que observes lo que se
cuece entre los diferentes grupoides que se han ido formando aquí esta noche.
La escena del
club la protagonizaba gente en un rango de edad que abarcaba desde los tiernos
20 hasta unos ya más maduros 35, le pareció observar. Las mujeres vestían con
exclusivas prendas, o así lo creían ellas, que las convertían en una suerte de
maniquíes cortados por el mismo patrón. Todas, o casi todas, con perfectos
cortes de pelo jugaban con la melena mientras lanzaban miradas furtivas a sus
candidatos o, por el contrario, adoptaban posturas más arrogantes para atraer
la atención del público. Los hombres alardeaban de su masculinidad tomando
whiskys caros acompañados con hielo, en busca de presas o de una buena merla
que les permitiese olvidar el ajetreo de una semana a la que, por fin, le
echaban el cierre. Nada ni nadie parecía alejarse de la mundanidad, mientras
los camareros, como perros obedientes, corrían arriba y debajo de la barra para
satisfacer con premura los deseos de sus clientes.
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Observa aquella mesa. Cada dos por tres
comprueban que no han recibido ningún mensaje nuevo. Se han hecho, por lo
menos, cinco fotos y no he visto todavía un solo gesto de humanidad hacia esa
pobre chica que aún no ha logrado integrarse entre ellos. Aquel grupo de
veinteañeras no ha dejado de reírse ni cuchichear acerca de cómo va vestida la
joven que está en la barra intentando atraer, desesperadamente, la atención de
su interlocutor que, con descaro, lanza miradas a la que está sentada
inmediatamente detrás de ella. Probablemente, en esta amalgama de ruidos tan
solo conversan acerca de frivolidades que no delatan, en absoluto, su
personalidad.
“En resumen,
en este lugar se está viviendo la nada. No quiero decir que tan sólo se deba
vivir fundamentando tu rutina en la densidad de debates existencialistas o
sumergiéndote en una espiral de preguntas a las que nadie ha logrado dar
respuesta o, al menos, una respuesta universal. Hablo de no huir de uno mismo,
de no buscar ahondar en nada más que no sea la sed de nada, la sed de ocupar la
mente en cosas insustanciales. Ahogar en un gin tonic los dramas de la rutina
sin, ni tan siquiera, enfrentarse a ellos. La necesidad del aquí y ahora. Mira
aquella pareja que se besa en una esquina, sin pudores, incapaces de escapar a
la intimidad de un hogar, de un coche, ajenos a las miradas que los censuran.
No deben ocultar lo que sienten, pero si no llevaran tres copas de más, quizá
se encontrarían más incómodos. Aquel galán que coquetea con esas dos chicas a
las que, claramente, supera en edad, se ha despedido de quien parecía ser su novia
por teléfono minutos antes de que entráramos.
“Nada nos
llena, nada nos motiva, tan sólo los caprichos, las prisas, la vida relámpago.
No se valora el ahora, ni se quiere conocer. Compartimos un tiempo con alguien
y creemos saberlo todo, no hablamos, no nos desnudamos de palabra, pero no nos
cuesta nada arrancar una camisa o un sujetador. Acariciar la piel desnuda es
placentero, pero no lo es navegar en las luces y sombras de una psique. Nos
aburrimos del prójimo mucho antes de descubrir qué ocurre en su cabeza, qué
luchas internas se libran debajo de su envoltorio mundano. Rendimos culto a una
belleza efímera y olvidamos profundizar en la eterna. Nos aferramos a todo
aquello que nos acaba conformando como especie materialista y que nos ciega
ante la verdadera maravilla, el milagro que nos define realmente.
“Me entristece
la pérdida galopante de valores e interés. Me duele saborear esta vida y sólo
encontrar cenizas en el intento. La filosofía insulsa que gobierna las mentes
de un pueblo cada vez menos libre. De moda está esa tontería de publicar
numerosos vídeos con imágenes de asombrosos viajes, paraísos de ensueño en los
que reina una paz que, supuestamente, ha de cambiarnos. Pero no, como idiotas
van con sus cámaras caras, viendo a través del ojo artificial del objetivo
cuanto les rodea. Sin tan siquiera pensar en la incongruencia de defender un
estilo de vida incompatible con nuestro tren de vida mientras envían sus
reflexiones a través de un móvil que cuesta 800€.
“No puedo,
sino, sentir compasión por esas pobres almas que deambulan por este mundo,
sucumbiendo a la mundanidad, a las modas, a la nada, por no quedarse atrás.
Compasión por aquellos que marginan su potencial para entrar de lleno en un
mundo vacío en el que la aceptación va de la mano de conseguir llenarte la
cabeza con serrín. Compasión por aquellos que acaban ignorando la importancia
de vivir rodeado por personas a las que conozcas en mayor profundidad antes de
por cientos de desconocidos. Lástima al ver cómo el amor que tiempo atrás unía
a las personas se ha convertido en el ansia por destacar y la diplomacia que
nos permita seguir acaparando contactos en nuestra agenda.
“Miro a mi
alrededor y escasea la belleza, no la encuentro, sólo veo monstruos huecos. Es
difícil conseguir que brille la luz de la individualidad en este mundo.
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¿He de interpretarlo como una falta de fe en la
humanidad?
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No, no es así. Que sea difícil encontrar a las
excepciones no es sinónimo de que sea imposible. Mientras tanto, en la ardua
búsqueda de la plenitud, tan sólo me queda compadecerme por las necedades con
las que me encuentro. Lo prefiero al odio, el odio no lleva a nada bueno.
Vamos, te invito a tomar una copa en un local que está aquí al lado, con tanta
banalidad me ha entrado sed de estupideces.
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