31. Inconmensurable
No se caracterizaba por hablar de
más, pero había algo en su interior que
le obligaba a forjar una confianza que servía como cauce para sus palabras. El
universo, o igual la situación actual, conspiraba para que las cosas rodaran en
su favor aquellos meses. Siempre hay inconvenientes que entorpecen nuestras
acciones, pero los consideraba tropiezos necesarios para no acomodarse
demasiado a una vida placentera. Siempre hay que estar preparado y alerta para
los golpes, rezaba su máxima.
-
¿Qué es para ti inconmensurable?
La voz de su acompañante de
paseo, que hasta ahora caminaba en silencio arrastrando sus propios
pensamientos, rompió la burbuja de su ensoñación.
-
¿Cómo dices?
-
¿Qué es lo que convierte algo en un tesoro tan valioso
que serías incapaz de ponerle una cifra? Tómalo como una analogía, no hablo de
cosas materiales en sí.
Miró a los ojos de su
interlocutor, leyendo en ellos su propio reflejo, llevando sus pensamientos
hacia una línea totalmente diferente.
-
No es una pregunta sencilla, pero creo que podré
responderla, aunque sea con torpeza.
“Creo que la
sensación de pertenecer a algo grande, algo bueno, es inconmensurable. Por ejemplo, reunir a un grupo de personas
cuyas virtudes se complementen y cuya existencia esté en armonía con lo que les
rodea, cuyo propósito no tiene que ser, necesariamente, una causa benéfica,
pero que, sin conciencia real de ello, hacen el bien. Hacen sentirse pleno a
cada una de las personas que lo componen. El sentimiento de pertenecer a algo
así, de respirar en conjunto, de formar una única mente que piense al mismo
ritmo. Ese sentimiento es inconmensurable. También el de tener la dicha de
pertenecer a una familia unida y fuerte, incondicional. O el de ver
reconfortada la esperanza cuando, tras decepciones, ves que hay algunos que
actúan exactamente como esperabas que lo hicieran.
Reinó el silencio mientras el eco
de las últimas palabras inundaba la atmósfera.
-
Estoy de acuerdo – dijo al fin su interrogador
-, pero añadiría algo también. Para mí, es inconmensurable, además, la armonía
con uno mismo. Quiero decir, la capacidad de la introspección que permite el
autoconocimiento, tanto de lo bueno como de lo malo. Y con la consciencia de
ello, la capacidad de asumirse a uno mismo, aceptándose e intentando mejorar aquello que nos disguste
más. Creo que los momentos de soledad en los que se siente la plenitud al estar
con uno mismo, sin necesidad de que nadie los
llene, son también inconmensurables.
-
Sí, tienes razón.
-
Y si prefieres tener en cuenta esos momentos en
los que la plenitud no se consigue a través de lo humano, puedo asegurar que la
belleza de la naturaleza, cuando está en calma, virgen, ajena a la explotación
a la que la sometemos, también es inconmensurable.
-
Hace unos días, pasé horas observando a una
pequeña bandada de gaviotas volando en el muelle. Los requiebros en su vuelo,
la aparente ingravidez de su blanca silueta recortándose contra el atardecer.
No puedo más que darte la razón, pues la sencillez de aquella imagen consiguió
apaciguar mi desazón.
-
Inconmensurable es también el amor sincero –
continuó como si no hubiera habido interrupción alguna -. Un abrazo
reconfortante en momentos de crisis, un beso de respeto y afecto, o pasional
también, si es sincero. Y la franqueza. La capacidad de ser claro, con o sin dureza,
es una muestra de amor también. Es la intención de no ocultar nada a quien de
verdad te importa. Y la demostración de que amarse a uno mismo requiere ser
fiel a tus principios y opiniones.
Se detuvieron un momento frente a
un enorme cartel con la Estatua de la Libertad, invitando a tomar un vuelo a
Nueva York.
-
Viajar – esta vez la intervención fue suya -.
Pero no turismo hueco por ciudades en las que uno es incapaz de ver nada. Me
refiero a viajar leyendo en las calles, en los edificios, jardines, paisajes.
Ser capaz de captar lo que transmite una ciudad. Cuando visité Roma, sentí la
familiaridad de sus gentes sin previa necesidad de tratar con ellas, el
carácter mediterráneo, cálido y alegre. Respiré los ecos de un gran imperio,
sentí la indudable presencia de la Iglesia y admiré la capital de lo que fue la
cuna renacentista. En París, la vida era diferente y lo que más me sorprendió
no fue la torre o el Arco del Triunfo, sino lo diferente de su atmósfera. De
Praga vine con la sensación de haber vivido los tiempos difíciles bajo el yugo
de la URSS y las persecuciones nazis, una sensación difícil de describir.
También fui consciente de lo diferentes que eran allí las costumbres, las
gentes. Esa forma de viajar conociendo, saciando la curiosidad que mantiene a
la mente despierta, es también inconmensurable.
Una sonrisa asomó en los labios
de su acompañante y, tras esto, arrancó a hablar.
-
Esta conversación, iniciada con una inocente
pregunta, enriquece. Y, ¿sabes qué? La hemos convertido en algo inconmensurable.
Dedicado a J.D.R.
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