Libro
Las
gotas se lanzan contra los cristales deseosas de entrar, encontrando su muerte
contra mis ventanas. La música suena casi inaudible, al volumen idóneo para
convertirse en banda sonora del momento. La luz dibuja sombras sobre el escritorio,
convirtiendo los objetos dispuestos sobre él en fantásticas criaturas
imaginarias. Su color blanquecino oscila ligeramente, aunque soy incapaz de
percibirlo. El perfume de la estancia es el que el viento cargado de lluvia
cuela por las rendijas del marco de la ventana, único capaz de infiltrarse en
esta burbuja.
Pero
la calidez de la habitación pasa desapercibida, no estoy aquí. Me he trasladado
a un muelle azotado por una agresiva tormenta que araña el mar levantando olas
que mueren en las rocas, deshaciéndose en espuma. Los barcos atracados se
balancean violentamente y sus mástiles oscilan midiendo el calibre de la
tormenta, como indicadores. En su movimiento emiten un sonido rítmico y
metálico que, lejos de crispar, relaja. Algún relámpago despistado se deja caer
con furia, jugando a asustar a niños y adultos, perseguido de cerca por un
trueno. Pero a mí no me inquieta, me entretiene ver como amanece cada vez que
se desliza rasgando el cielo.
En el
muelle hay un hombre, un marinero quizás, enfundado en un chubasquero que ya de
nada le sirve. Las gotas nublan sus ojos que miran a través de la lluvia viendo
imágenes que lo inundan del sabor agridulce de la nostalgia. El mar, ¿qué
tendrá el mar? Puedo ver su historia, recuerda sus días a bordo de su amado
navío, hundido en una tormenta que debía haberlo arrastrado a él al fondo del
mar también. Sus sentimientos no suponen un secreto y puedo leerlos todos,
desde el primero al último. Incluso puedo imaginar la espuma rompiendo contra
el casco y a los delfines jugando por la proa, manteniendo una carrera
constante con el raudo navío. Su roda adelantada y el mar abriéndose a su paso,
mientras sus velas se hinchan con los suspiros del viento. La banda sonora
continúa siendo la música que sonaba al principio, parece que se han puesto de
acuerdo mi reproductor y la historia del intrépido marinero. Todo encaja a la
perfección y la plenitud me invade, una plenitud que mi protagonista
envidiaría, pues conozco a la perfección lo que pasa por su mente.
Vuelvo
al muelle con mi marinero y decido continuar con mi evasión en otro momento,
paralizando su tiempo y el de su historia. Por hoy ya es suficiente, dicta el
reloj. Dejo el libro con la página señalada y me retiro a descansar.
La
historia de la historia, como lo que ocurre en “La historia interminable”,
sumergirse en diferentes situaciones. Un libro, basta simplemente con eso, un
montón de páginas que contienen tesoros, joyas, millones de emociones,
sentimientos, viajes, escapadas, indirectas, sueños plasmados en papel,
frustraciones y voces que solo se atreven a hablar a través de la tinta
impresa en sus hojas. Considero que aquel que no lee es porque no ha sabido
encontrar su libro.
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