Verdades


“¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?”, decía Silvio. ¿Hasta dónde? ¿Dónde se encuentra el límite que nuestra sinceridad no debe cruzar? Quizás se trate de una pregunta más frecuente de lo que me pueda imaginar. Es complejo y, conforme avanzas en el tiempo y este hace mella en ti, la dificultad de su uso aumenta. Solemos oír que las verdades duelen, aunque los que aparentan ser valientes aseguran querer escuchar la verdad aunque duela. Se cree que el sincero, el que jamás maquilla una verdad, es valiente. Prefiero llamarlo imprudente. Hay verdades que no pueden decirse, verdades que debemos callar para nosotros y anotar como punto a tener en cuenta, pero que no deben ser pregonadas salvo que quieras ofender sin motivo al prójimo. Hay otras que jamás deberían ser calladas, pues normalmente se van acumulando hasta que hacen explosión, una explosión de palabras que hieren cuando no deberían hacerlo. También las hay dichas a medias, en la frontera con la mentira. Y verdades maquilladas. No considero peor a aquel que calla lo que considera oportuno, de la misma manera que no valoro más a aquel que dice ser sincero y no conoce el significado de diplomacia o respeto, porque, a veces, también tiene que ver con eso.

Y luego está la mentira con todas sus variedades y siempre acompañada de una justificación de su artífice. No apuesto por la mentira, tampoco por la verdad incondicional. A veces apuesto por el silencio. Y me pregunto si callar es mentir, si es moralmente incorrecto. Aunque dice el refrán que quien calla otorga, luego si callas no mientes, sino más bien asientes en silencio. Sin embargo, a ojos de los ajenos a tu mente y pensamientos, el voto de silencio se convierte en neura y pasas a ser un caso extraño con un estado de salud mental dudoso y frágil.

Son las relaciones las causantes de todas nuestras dudas a la hora de usar las palabras. Una verdad es un arma de doble filo, al igual que una mentira. La última peor que la primera, pero ambas peligrosas. Si el ser humano fuera moralmente correcto por naturaleza, sabría agradecer la sinceridad, pero no es así. El rencor y la rabia pueden con la moral y pocos hay que piensen y valoren. Nos guiamos e incluso apreciamos más a aquel que sabe cómo jugar con nosotros y nuestros sentimientos, que a aquel que siempre va, como se suele decir, de frente. A este le asignamos el papel de villano, el antagonista, cuando realmente es el otro quien, con una máscara, encarna al vil personaje.

El ser humano es un animal sociable y complejo y ambos ingredientes combinados sólo pueden dar lugar a una cosa: problemas. Si nos aisláramos todo sería más fácil, ¿verdad? Lo que sería realmente, es una buena oportunidad para descubrir que, viviendo como ermitaños, sólo conseguiríamos nuevos problemas, diferentes, pero problemas al fin y al cabo.

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