Noviembre en Praga
Noviembre es un
mes triste, incierto, que navega entre la marea de un otoño madurando y que
gesta un invierno que aún se hará de rogar. La ciudad de Praga le evocaba
sentimientos similares durante todo el año, parecía vivir en un noviembre
constante en el que la melancolía y la apatía eran algo ya permanente.
El hollín en las
estatuas del puente de Carlos les confería una apariencia lúgubre, oxidada, de
descuido y de pobreza. No lograba librarse de la sensación de ahogo de la bota
de la antigua URSS. No sabría describir qué era exactamente aquella zozobra que
consumía sus ilusiones a pasos agigantados. El Moldava fluía, oscuro, a los
pies del puente mientras veía alejarse a las embarcaciones. Los cisnes parecían
inmunes al frío de las aguas de noviembre.
No se sentía
capaz de negar la belleza de la capital checa, pero lo que le había atado a
aquella ciudad lejos quedaba ya. Praga era como una de esas personas a las que
llegas a amar, aunque siempre con la punzada de la conciencia susurrando que no
conviene seguir por ese camino. Como una de esas amistades a las que decides
abandonar para que no acaben con tu energía y tus logros. Las notas de los
músicos ambulantes eran ya frías y tristes a aquellas alturas del año y
sollozaban los acordes más que cantarlos. Miró a su izquierda y dibujó en su
mente el recorrido hasta la plaza de la Ciudad Vieja, pasando por la que fue la
casa de Kafka. Había cariño en sus evocaciones, pero también un imperioso deseo
de abandonar aquel lugar triste y melancólico. Las miradas de los praguenses
eran azules, de algunas brotaba el sufrimiento de años pasados.
Los adoquines
acogían sus pasos sordos sin demasiado entusiasmo. No hay historia para esta
ciudad, pensó para sí. No voy a contar ningún cuento, ni cómo conocí al amor de
mi vida mientras daba de comer a los cisnes o cómo me empujó el muro de John
Lennon a emprender un proyecto que cambiaría el mundo. Si lo hiciera, estaría
mintiendo.
Lo que sí que
puedo hacer es usar el sentimiento que me arranca esta ciudad para que se
comprenda el porqué de mi herida. De mi huida, no de mi hogar, sino de aquí. Y
noviembre es el mejor mes para evocar dicha huida. Salir de este pozo en el que
me hundieron estas calles y cúpulas verdes es como dejar ir a alguien que, con
una paciencia vil y que no augura finales felices, te hiere y merma tu
capacidad de decisión, tu decisión y tus ilusiones. Alguien que se apodera de
ti sin tú saberlo, manipulando con la belleza, ya bien sea física o la máscara
de una personalidad pura y sin mácula. Alguien que, en realidad, decidió
alejarse de ti en su frenética manipulación para destapar la franja que os
separará cuando el velo de sus mentiras se descubra. Noviembre es gris, como
ese sentimiento de pérdida y decepción.
Praga tiene un
nombre, pero si hubiese que rebautizarla, sabría hacerlo sin dudar el más
mínimo instante. ¿Noviembre? Noviembre solo sirve para representar el color de
su alma.
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